Opinión

La chiruca solemne

En la década de los noventa, Esquerra Republicana emprendió una campaña publicitaria para renovar la imagen del catalanismo. Se había dado cuenta de que llevaba tres décadas estancado (desde los sesenta) en una imagen no muy seductora de parroquia rural y excursionismo inofensivo, así que sus juventudes probaron una nueva propaganda de cierto machismo. Colgaron por los pueblos carteles que insinuaban prometedores traseros femeninos envueltos en esteladas y la cosa, aunque primaria, funcionó.

El separatismo entró en el nuevo siglo con una voluntad de pasar de lo rancio a lo jovial. Ha bastado soltar un par de días a Quim Torra por los senderos del Cadí para echar por tierra todos esos veinticinco años de reorientación publicitaria. El bueno de Quim se puso una camiseta que no era de su talla y no cayó en aquello tan elemental de que un presidente no debe solo serlo, sino también parecerlo. Nadie podía tomarse en serio a aquel pobre tipo sudado, que berreaba patéticamente jurándonos que acababa de inventar una cosa que él llamaba el «compromiso de Josa» y que quería dotarlo de solemnidad. Pero claro, solemnidad con la camiseta desbocada, esas chirucas, esos mofletes sonrosados por el esfuerzo y esas rodillas lechosas... vamos, que alguien va a tener que explicárselo otra vez, porque la mitad de los catalanes nos preguntamos ya si la Generalidad es una simple instancia de fundamentalismo cicloturista.

Cuanto menos pinte Torra, más gritará para sentirse alguien. Como a la vuelta del verano viene el juicio del 1-O, buscará ahí la excusa para hacerlo muy fuerte intentando parecer lo menos posible un enajenado. Su poca traza para hacer convincente la estética simbólica (como ha demostrado en el Cadí), hace temer que el próximo intento separatista no sea con «Els Segadors» sino con aquel infantil himno excursionista de los sesenta que rezaba con iluso optimismo: «La merda de la muntanya no fa pudor, no, no; encara que la remenis amb un bastó». El regionalismo vasco cuando sube a la montaña se pone melancólico y retrógrado. El catalán, no sé por qué, cuando lo hace, se pone escatológico y pitufo. La chiruca es cutre y aburrida. Imposible con ella resultar serio y solemne.