Opinión
Supremacismo asimétrico
Quién les iba a decir a los separatistas que iban a terminar usando palabras de Fraga Iribarne («la calle es mía») para hablar del espacio público? Su incapacidad para comprender cuanto de contradictorio, antidemocrático y totalitario hay en una voluntad de ese tipo nos habla de cómo ha decaído la educación democrática catalana en las últimas décadas.
En una sociedad democrática, la calle debe ser de todos y no tener un propietario exclusivo de uno u otro signo político. Tener que explicarlo a estas alturas da rubor, porque son cosas de primero de democracia que se pensaba ya teníamos aprobadas. La convivencia democrática solo es posible cuando separamos el espacio público (el de la sociedad y la política) y el espacio privado (el de la religión, los gustos y las creencias).
La dificultad que tiene una parte de la población regional para comprender e interiorizar argumentos lógicos tan sencillos como ese se debe al incremento acrítico de unas conductas antidemocráticas, contrarias al libre examen, enemigas del juicio crítico y la igualdad de oportunidades, que se han difundido desde los medios públicos regionalistas en los últimos años. El catalán medio, que hace cuatro lustros quería ser demócrata y europeo, es ahora un triste conglomerado de comportamientos de déficit democrático y, lo que es peor, sin ser consciente de ello.
Un simple ejemplo: vivo en un pueblo pequeño y mi quiosco de prensa favorito está regentado por una familia independentista. Son gente ni mejor ni peor que otra cualquiera, con sus propias ideas políticas. En los últimos tres años han decidido cambiar la colocación de los diarios en el mostrador. Ponen encima y en primera línea inmensos montones de todas las cabeceras subvencionadas que se publican en catalán y los usuarios nos vemos obligados a buscar «El País», «El Mundo», «La Razón» o «ABC» (que al final son los que verdaderamente se venden) bajo esos montones porque los ponen fuera de la vista. No hay nada más emocionante que buscar la prohibido, lo oculto; pero preocupa porque ocultar una cabecera es negar una oportunidad de conocimiento, poner obstáculos en la vida diaria a la libre elección, estrechar el mundo de los compradores para que solo conozcan lo que coincida con sus ideas.
Creen que no hacen ningún mal porque esa misma conducta es la que ven en los informativos de TV3 para dar cuenta de las cabeceras de los rotativos. En lugar de seguir el orden justo de número de lectores, primero se dan los titulares de periódicos locales en catalán de los que nunca habías oído hablar y solo al final se dan las cabeceras de los que ellos llaman «desde Madrid» o «periódicos españoles» por mucho que sean los que más se venden en
Cataluña.
La improbable pretensión de fingir realidad de la TelePujol ha terminado llegando al vendedor callejero, quien cree ilusamente que puede ser una buena idea.
Ese es el triste legado de TV3: producir un efecto de conductas antidemocráticas y obstaculizadoras, normalizándolas entre la gente como si pudieran ser buenos comportamientos. Obviamente, los que queremos oír todas las voces buscamos bajo el montón y encontramos los juicios contrastados. Pese a las ocultaciones y los montones, las cifras de ventas no han variado y eso es lo principal. Porque tanto obstáculo, a la larga, genera rechazo y aburrimiento.
Y ya empieza a darse el fenómeno de gente que encuentra jovial y divertido (con ese punto un poco gamberro que tiene la picardía) el salir el sábado por la noche a cortar los solemnes y litúrgicos símbolos amarillos que obstaculizan el espacio público a cada paso.
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