Opinión

Autoritarismo contra la crisis

A los gobernantes de corte más antiliberal les encanta buscar enemigos económicos externos a los que culpar de sus fracasos. La estrategia quedó inmortalizada en el personaje de Emmanuel Goldstein en la obra «1984» de George Orwell: un malvado al que toda la población puede odiar y culpar de sus problemas, olvidando así sus auténticos orígenes. En este sentido, todos podemos recordar cómo, allá por 2011 o 2012, la izquierda radical española denunciaba día tras día que sufríamos un ataque inclemente de los mercados y que, en consecuencia, había que utilizar las diversas herramientas a disposición del Estado para castigarlos. Al parecer, la responsabilidad de la crisis de deuda pública no residía en que nuestros gobernantes mantuvieran unas finanzas públicas desestructuradas e insostenibles; no, el problema era que «los mercados» querían cargarse nuestro país por capricho conspirativo. Algo similar, aunque mucho más grave, ha venido sucediendo durante los últimos años en Venezuela: allí, el autócrata Nicolás Maduro ha perseguido con saña a cuantos ciudadanos ha querido acusar (falsamente) de cometer terrorismo económico, por ejemplo por haber subido demasiado los precios de sus mercancías o por no desprenderse de la totalidad de unos inventarios que optan por racionar ante la escasez. Al parecer, y según el relato chavista, la responsabilidad del fiasco económico sería de los acaparadores, de los especuladores y del imperialismo yanqui, pero no de las suicidas políticas de Maduro, consistentes en imprimir masivamente bolívares para evitar recortar el tamaño del Estado tras el desplome de las regalías petroleras. Pues bien, este mismo patrón se está reproduciendo ahora en Turquía. El Gobierno de Erdogán inició ayer la investigación criminal de 346 perfiles de redes sociales que presuntamente habrían estado alimentando el pánico sobre la cotización de la lira turca: el objetivo de esta campaña es responsabilizar a estos usuarios del brutal descalabro que ha experimentado la divisa del país. Como si una depreciación de semejante calibre pudiese ser inducida por unos pocos perfiles en redes sociales y no fuese, en cambio, el resultado de una constatación por parte de la comunidad inversora de que los desequilibrios del país son tan vastos que sólo un programa creíble de reformas podría acabar revertiéndolos. Y el problema más grave arranca ahí: en que Erdogán ya ha proclamado que no aprobará ningún paquete de reformas que vaya a erosionar su (cada vez más frágil) popularidad. Ni subidas de tipos, ni ajustes del gasto público. Nada de nada. Es por semejante inacción ante el abismo por lo que la lira turca se desploma: tratar de matar al mensajero para ocultar las vergüenzas propias sólo acelera la desconfianza en el gobierno y, por tanto, en la propia lira.