Opinión

Víctimas

Bajo el asfalto de Las Ramblas aún hay sangre fresca, retazos de víctimas que la política ha denigrado a las catacumbas, escombros de almas que el tiempo olvidará. Era más importante el mensaje independentista y la defensa a ultranza de los Mossos antes que descubrir la verdad o admitir los fallos, muchos de ellos incomprensibles, cometidos por humanos, no por superhombres. Los culpables, al cabo, fueron unas bestias que intentaron socavar nuestra forma de vida, no las estructuras del Estado, esa entelequia administrativa que no interesan a los manuales yihadistas a los que les vale cualquier cabeza degollada, siempre que muestre la mueca de un infiel.

En el laberinto catalán, el amarillo se impuso al rojo. Ya no hubo manera de distinguir por quiénes doblaban las campanas. Si por los que allí dejaron su vida o por los que se quedaron en esta parte del mundo, aparentemente vivos, que no creían que la tierra prometida no estaba a salvo de la violencia y que Puigdemont merece el Nobel de la Paz. Y en lugar de hacer un paréntesis, incluyeron de corrido en el relato la barbarie como una manera de enredar el desencanto. Un año después, las víctimas están en el mismo lugar, fantasmas visibles a los que los más radicales de los CDR no quieren darle consuelo. Más preocupados de que el Rey presente sus respetos. Hasta en las guerras más cruentas hubo momentos de tregua. Pero en esta batalla supremacista no hay un minuto que perder para que la propaganda no descarrile.