Opinión
Cierre en falso
Casi una década y 300.000 millones de euros después, Grecia abandona los programas de ajuste a los que fue sometida hasta en tres ocasiones por la troika. Se zanja así lo que ha sido el rescate estatal más importante de la historia (equivalente al 150% del PIB del país) y, también, una de las depresiones económicas más profundas en un país desarrollado. A la postre, entre 2008 y 2018, el PIB griego se ha desplomado un 25% y la tasa de paro se ha disparado desde el 7,7% al 20% (si bien llegó a superar el 26% en 2014). En apariencia, parece contradictorio que un país que haya recibido tamaña asistencia financiera haya, a su vez, sufrido un quebranto de tal magnitud. Sin embargo, una vez contextualizamos la crisis económica griega, lo aparentemente inexplicable resulta de repente mucho más obvio. Recordemos. En 2009, Grecia estaba quebrada, su sector público se había hiperendeudado durante los años anteriores (los pasivos estatales en ese momento ascendían al 126% del PIB y su déficit presupuestario superó el 15% del Producto Interior Bruto), de manera que sólo había dos alternativas, a saber, o un fortísimo plan de ajuste y saneamiento para escapar de la bancarrota o, en cambio, impagar la deuda y salir del euro. El problema es que la clase política griega no quería hacer ni lo uno ni lo otro: ni recortar enérgicamente el gasto público, ni tampoco regresar a la dracma. ¿Qué hacer entonces? Ganar tiempo. Y a eso se dedicó la plutocracia helena de la mano de la eurocracia bruselense: refinanciar la deuda del país con dinero de los contribuyentes europeos para, en el ínterin, acometer los necesarios ajustes económicos y financieros que permitieran reflotar al país. Pero mientras la troika se encargaba de refinanciar a los políticos griegos, éstos se limitaban a huir hacia adelante, saltándose año tras año todo el itinerario de reformas al que se habían comprometido. En otras palabras, el país seguía sumido en la insolvencia y sólo sobrevivía merced a la respiración asistida que le proporcionaba la troika. Tan es así que, en 2015, cuando Tsipras se encaró con Bruselas para exigir más dinero a cambio de nada, el país a punto estuvo de suspender los pagos y de abandonar la moneda única. Hoy, parece que Grecia ha escapado del peligro, pero se trata sólo de un espejismo, puesto que cuando regresen las turbulencias a los mercados financieros, sus problemas no resueltos (deuda pública de casi el 200% del PIB) volverán a emerger con tanta o más virulencia.
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