Opinión

Expolio

Leo con dolor, más que con estupefacción, que han expoliado el arco de entrada, la cruz y dinteles de una iglesia: La Mercadera, del siglo XI. Los ladrones fueron equipados con las herramientas necesarias para cometer el delito. Probablemente saben albañilería, pero con el trajín, precipitación, falta de mano de obra, o rapaz incompetencia, echaron abajo la cruz que coronaba la espadaña, que cayó al suelo y quedó destrozada. Aún así, acarrearon sus restos. Como esos rateros que tiran de la cadena de oro colgada al cuello de una abuelita que pasea, sin importarles si pierden un trozo de la joya en el intento, o se llevan con ellos un pedazo de piel de la víctima.

Asentada en Rioseco de Soria, la iglesia, de mil años de antigüedad, permanecía medio derrumbada sobre un cerro. Abandonada, como incontables joyas de la España vacía perdidas entre la desidia de demasiadas administraciones públicas: cuando se trata de pagar, mantener, conservar... nadie asume ninguna responsabilidad que lleve aparejado el pago de una factura. En ruinas. La iglesia católica tampoco se ocupa. Puede que algún cateto «caprichoso», y con el riñón forrado en B, le tuviese echado el ojo y pensara que no quedaría mal poner un pórtico de piedra milenaria en su chalet, dando paso a la bodega donde monta cada fin de semana fiestecillas de vinazos y tapas calientes para los amigotes. O, a lo mejor, una de esas bandas de saqueadores, que arrancan las campanas de los templos para venderlas al peso, y ser derretidas al poco en alguna remota fundición perdida en los confines de Europa, la tuviera entre sus objetivos.

Existen hordas de bandidos, de variadas nacionalidades, que están batiendo la España vacía, despojándola de toda pieza de valor que aún resista. Ante la indiferencia... ¿punible? de distintas autoridades... ¿competentes? Nadie se interesa por los tesoros de la España deshabitada. Sin embargo, siempre resultó atractivo, lleno de alicientes, emplear el presupuesto institucional en erigir monstruosidades innecesarias, pseudomodernas y horteras, aunque propicias a las comisiones, enjuagues y tráfico de favores, mientras alrededor se hunden, despreciados por el desdén municipal, comarcal o nacional, los vestigios de nuestra historia. Lo cual habla claro de la decadencia del presente, de lo que somos. Y, lo más inquietante: de lo que seremos.