Opinión

La hiperinflación se debe al hiperdescrédito de Maduro

Imagine que usted gana cinco millones de bolívares al mes y que se gasta en la cesta de la compra cuatro millones de bolívares. Al día siguiente, el Gobierno le quita cinco ceros al bolívar (y pasa a llamarlo «bolívar soberano»), de modo que su cesta de la compra solo le cuesta 40 bolívares soberanos: eso sí, su salario mensual también se ha visto reducido desde cinco millones a sólo 50 bolívares soberanos. ¿Podría decir que su situación económica personal ha mejorado? Evidentemente no: cambiar la unidad de cuenta de la economía no nos hace ni más ricos ni más pobres, tan solo modifica el patrón contra el cual medimos nuestra pobreza o nuestra riqueza.

Pues bien, eso mismo es lo que acaba de suceder en el caso de Venezuela: la primera de las consecuencias de la reforma monetaria impulsada por Maduro ha sido la de reemplazar la unidad de cuenta para quitarle cinco ceros a todos los precios (y a todos los salarios). Una mera argucia para hacer olvidar la gigantesca depreciación monetaria experimentada hasta la fecha (de acuerdo con las proyecciones del FMI, la tasa de inflación para el presente ejercicio será de 1.000.000%). Sin embargo, este retoque meramente nominal de los precios no va a contribuir en nada a estabilizar la situación económica y financiera.

El propio Ejecutivo bolivariano parece ser consciente de ello y, por eso, ha anunciado otro paquete de medidas, acaso menos llamativas desde un punto de vista periodístico, pero sí más orientadas a tratar de revertir la galopante inflación del país.

Por un lado, Maduro ha ligado (indirectamente a través del petro) el valor del bolívar al del petróleo: 3.600 bolívares soberanos pasarán a ser iguales a un petro, el cual a su vez ya equivale a un barril de petróleo venezolano (y dado que el precio medio de un barril de crudo venezolano es de 60 dólares, 60 bolívares soberanos equivaldrán aproximadamente a un dólar). Por otro, la autocracia venezolana ha comenzado a incrementar los impuestos a la población: el IVA sobre todos los productos ha pasado del 12% al 16%, y a partir de septiembre los precios internos del carburante se dispararán hasta equipararse a estándares internacionales (actualmente, puede llenarse el depósito por apenas unos céntimos de dólar). En otras palabras, lo que Maduro está intentando hacer es incrementar el atractivo de la moneda venezolana para sus propios ciudadanos y para los inversores extranjeros: por eso ata su valor al de un activo tangible como el petróleo y, a su vez, aumenta los ingresos fiscales del Estado para hacer que la financiación de sus gastos dependan menos de la impresión de nuevos bolívares.

Las medidas no son absurdas aun cuando resulten muy insuficientes, pero realmente su problema de fondo, y el motivo último por el que éstas fracasarán es otro: más allá del caos económico, fiscal y monetario en el que se halla sumida Venezuela –y sin cuya resolución será imposible estabilizar el valor de su divisa–, el Estado bolivariano carece hoy de toda credibilidad ante la comunidad inversora.

¿Cómo confiar en la moneda emitida por una autoridad que sólo busca rapiñar a sus ciudadanos o a los ahorradores internacionales para repartirse corruptamente el botín de tal expolio? Si nadie con dos dedos de frente se fiaría de la palabra de Maduro a cinco o diez años vista, entonces tampoco nadie se fiará de la moneda que emita –y gestione– ese tal Maduro. Por eso la hiperinflación no escampará.