Opinión

El coche por delante

Leo desde Mallorca, agazapada en mis últimos días de vacaciones, la noticia del kamikaze que recorrió 19 kilómetros de la M-30 madrileña en sentido contrario. Un tipo de mi quinta, en un lujoso Audi, del que se desconoce el resultado de los análisis en alcohol y drogas. Mientras reviso con horror el número de heridos –ocho, y podían haber sido muchos más– especulo con lo que le pasaría a ese hombre por la cabeza, mientras circulaba por el asfalto al revés. Supongo que si no iba hasta arriba, como tantos que consumen casi por deporte o porque la vida no les ofrece bastantes alicientes, o porque al tenerlo todo no les basta nada, o simplemente porque son imbéciles, tendría un problema serio. Una tristeza de esas, infinitas, que vuelven loco y peligroso al que las sufre y le incitan a ponerse en riesgo y con él a cuantos encuentran en el camino. Tan estúpida conducta también podría ser producto de una apuesta. No se rían: esas cosas pasan más de lo que imaginan.

Y no tienen ninguna gracia... Quizás quiso ponerse a prueba. Sentirse un machote. O pretendía suicidarse, cobrándose la vida de alguna víctima. Cualquier opción idiota cabe en el despropósito porque no hablamos de un jovenzuelo presuntamente irresponsable en la flor de la edad, que anda descubriendo la vida a zarpazos, sino de alguien ya con más pasado que futuro y supuesta buena posición, que ni cumplidos los cincuenta ha sido capaz de encontrar un camino que le satisfaga lo suficiente como para no hacer el ridículo. Uno de esos tipos, ya saben, que ponen por delante el coche para todo, incluso para matar...