Opinión
Maquillaje
La rectificación sobre Llarena, aunque apunte en la dirección correcta, no debemos olvidar que el gobierno la ha llevado a cabo por puras razones cosméticas. El problema de hacer una cosa por razones cosméticas es que uno termina siempre con un resultado solo cosmético. Y los resultados cosméticos –como el aspecto de innumerables millonarias maduritas norteamericanas nos ha demostrado repetidamente– suelen ser lo contrario de lo que se pretende. La máscara de seguridad, facilidad, autoconfianza y tranquilidad que intenta desesperadamente vestir el gobierno (desde que los nacionalistas lo pusieron ahí para poder operar con las manos libres los próximos nueve meses) dista bastante de la condición real de ansiedad, dudas sobre sí mismo, incapacidad de hacer cosas verdaderas, disgusto con su propia condición y miedo que trasladan sus erráticas tomas de decisiones. Un ministro nos anuncia las decisiones de otro. Una vicepresidenta afirma algo y, en pocos días, rectifica iniciativa y palabras. Todo sugiere un panorama de descoordinación e inseguridad, como si cada ministro fuera a la suya porque no hay programa de gobierno claro, ni dirección definida para los retos inmediatos que nos esperan los próximos meses.
La imposibilidad de gobernar y legislar en serio, de una manera unívoca, sin estar pendiente de los apoyos y los sondeos electorales, hace que cada ministro caiga en el vicio de intentar sacar adelante su negociado como puede. Parece aquella situación en que se vio envuelto el dramaturgo Tom Stoppard en una cena. Stoppard no es que fumara entre plato y plato, sino que fumaba prácticamente entre bocados. Una dama, harta del humo, le reprochó su incapacidad de prescindir de su adicción al tabaco. Le dijo que parecía mentira que un hombre tan inteligente como él no supiera que aquello le estaba matando y perjudicando además a todos los que le rodeaban. Stoppard le contestó con franqueza y sagacidad que, si la inmortalidad fuera una opción, seguro que en muchos casos como el suyo todo sería muy diferente. Algo similar les pasa a nuestros ministros: dado que gobernar en serio no es opción, no encuentran razones para abandonar el vicio cosmético.
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