Opinión

La demagogia de Podemos contra los nuevos ricos

De acuerdo con las estadísticas de declarantes del Impuesto sobre el Patrimonio en 2016, el número de personas con una riqueza superior a los 1,5 millones de euros ha pasado de 57.218 en 2015 a 57.709 en 2016; a su vez, los ciudadanos con un patrimonio superior a los 30 millones de euros se han incrementado desde 549 a 579. Si, en lugar de comparar 2016 con el año anterior, contrastamos 2016 con 2007 –esto es, el año inmediatamente anterior a la crisis–, el número de ciudadanos con más de 1,5 millones de patrimonio ha pasado de 47.614 a 57.709 y el de aquellos con más de 30 millones de euros, desde 233 a 579. En principio, que el número de «millonarios» españoles haya aumentado durante la última década no debería constituir una mala noticia para nadie: salvo que esas personas hayan amasado su fortuna parasitando al resto de la población, que haya más ricos resulta netamente beneficioso para una sociedad (o, dicho en términos inversos, que hubiese menos ricos nos convertiría globalmente en una sociedad más pobre).

Por desgracia, la ciudadanía española ha sido envenenada desde hace un lustro por el populismo de izquierdas, especialmente encarnado en la figura política de Podemos, para creer una consigna absolutamente falaz: que si los ricos son más ricos es porque los pobres son más pobres. O dicho de otro modo, que la riqueza es una tarta que posee un tamaño fijo y constante, de modo que unos se llevan porciones más grandes a costa de que otros se lleven porciones más pequeñas. Lo cierto, sin embargo, es que la riqueza no es una tarta de tamaño constante: por eso, justamente, nuestras economías crecen, a saber, generan cada año más riqueza agregada que el año anterior. En consecuencia, si el tamaño de la tarta se incrementa, es posible que unos tengan más sin que otros posean menos. Pero, como todos nosotros hemos sido contaminados día tras día con este tipo de mensajes, a los políticos les resulta ahora enormemente sencillo instrumentar una estadística tan positiva como la anterior para, paradójicamente, defender políticas económicas pauperizadoras, tales como el incremento de los impuestos a las rentas altas o la hiperregulación del mercado laboral. Ahí ha salido, por ejemplo, Pablo Iglesias a denunciar que «el número de millonarios se disparó mientras las políticas del PP generaban en España precariedad laboral insostenible.

Es de justicia que quienes más tienen contribuyan más al esfuerzo por acabar con la desigualdad y garantizar unos servicios públicos de calidad». Nótense las dos trampas de la soflama de Iglesias: primero, no existe relación entre el enriquecimiento de unos y la precarización laboral de otros (de hecho, no lo olvidemos, la reforma laboral ha contribuido a reducir la precariedad y, durante los últimos años, las mayores beneficiadas del crecimiento económico han sido las rentas más bajas, no las más altas); segundo, la recaudación que cabría alcanzar de exprimir a estos ricos es minúscula: la recaudación del Impuesto sobre el Patrimonio apenas alcanza los 1.000 millones de euros, de manera que duplicarlo no serviría ni para costear un año la reindexación de las pensiones. Que haya más ricos en España no es algo negativo; que se los instrumente demagogamente para subirnos a todos los impuestos, sí.