Opinión
Humanismo, Estado y nación
Se tradujo al castellano en el ya lejano 1957 un libro que había tenido notable repercusión en Francia, «Pour un nouvel humanisme», firmado por Barth, Maydieu y Jaspers, prologado por J.L. López Aranguren y traducido por otro conocido escritor, E. Caballero Calderón en unas fenecidas Ediciones Guadarrama. El humanismo o su actualización era un pensamiento candente, cuyos orígenes se bucean desde la Edad Media, y que se debatía entonces desde las dos ópticas fundamentales en aquel momento: el existencialismo y el marxismo. El tiempo, siempre olvidadizo, ha ido filtrando las tesis que hoy parecen lejanas. Nunca quedó clara la complejidad del término Humanismo a lo largo de la historia y que aspira a ir mucho más lejos de los conceptos de estado, porque ambos llegan hasta nosotros cargados de complejos y contradictorios contenidos, en los que involuntariamente nos implicamos. Pero aquel debate quedaba cerca del final de la II Guerra Mundial entre naciones y se pretendía tejer algún tapiz intelectual para resguardar especialmente a los europeos de nuevas violencias. Escribo estas líneas durante la resaca de las movilizaciones que se han producido en Barcelona, centradas en la conmemoración del fin de su asedio, el día 11 de septiembre de 1714, cuando el triunfo de la dinastía borbónica sobre la austríaca supuso la disolución de las Cortes catalanas, de la Diputación, de la organización municipal y el traslado de su universidad a la entonces lejana Cervera. Y en ello estamos todavía. No deja de tener sus entresijos psicológicos que los catalanes celebremos como «Diada» o día nacional una derrota. En esta ocasión se centró en los políticos presos y en los exiliados. Pero la posibilidad de superar fronteras e ir más lejos de una nación con o sin estado permanece todavía en la mente de algunos ciudadanos, aunque carezca de intencionalidad humanística. Si en plena guerra fría se levantó tímidamente aquel estandarte, sesenta años después no se ha avanzado, hemos retrocedido al pensamiento romántico. Jaspers considera que el humanismo «es esencialmente una cuestión de educación» y no responde a la consideración de que «pertenece a los desperdicios de la burguesía en decadencia». Pero hace ya más de medio siglo podía ofrecerse sin rubor como una esperanza que permitiera enriquecernos y superar tiempos. Desde Dante hasta hoy, las diversas fases por las que ha atravesado el humanismo han alterado la relación entre la masa y el individuo. Las manifestaciones masivas no dejan de ser –lo comprobamos hace pocas horas en una ciudad paralizada, cortadas sus arterias principales- el fruto de una educación y una mala política que sigue dando frutos. Jaspers –el pensador más atractivo del grupo– cree ingenuamente (visto a distancia histórica) que los niños deberían estar familiarizados no sólo con la Biblia (que hoy queda también lejos), sino con la cultura greco-latina. El primer fracaso fue romano cuando quiso leer a su modo a los griegos, porque la «paideia» helena era más profunda que lo que divulgó. Pocos podían esperar que un humanismo «occidental» –éste es el término clave– eliminara de la educación secundaria el conocimiento (escaso) de las lenguas clásicas. El nuevo humanismo llegaría de un recto conocimiento de la historia y no sólo nacional. De no conocerla es lógico que el individuo se deje llevar por turbadoras proposiciones. ¿Por qué trabajar ocho horas, como hace más de un siglo si los robots van a realizar labores idénticas a las nuestras sin fatigarse? No ya la ciencia, parte del humanismo, sino la tecnología nos arrastra hacia otra mentalidad, una nueva organización de trabajo y ocio. Perdimos la orientación religiosa y el hombre se siente sólo ante su destino ignorado, aunque no piense en ello. El humanismo –lo estamos comprobando– ha dejado ya de serle útil.
¿Creemos todavía que el mundo occidental –no la interesa– a agrupación de naciones por razones defensivas, comerciales o industriales- posee un pensamiento común, de cuyas raíces bebe? Cuando EE.UU. gira hacia Asia y muestra una menor atención a Europa, nos adentramos en otra dimensión. Oriente había sido sujeto de explotaciones y colonialismo por parte de quienes defendían un carácter humanista. Jaspers estaba obsesionado en el hecho de que los individuos (y miraba hacia el mundo occidental) debían inspirarse en fuentes greco-latinas. Solo de este modo podría entenderse la libertad, no yendo hacia una idealizada sociedad romántica sino en el equilibrio, con otro sistema educativo: beber de una cultura común que nos retrotrae al mundo clásico, pese al esclavismo. Si no reflexionamos sobre la revuelta historia propia y europea o la ignoramos, seguirá incrementándose la necesidad de cubrir los espacios vacíos ideológicos de los ciudadanos, que confundirán libertad con eslóganes elaborados en los despachos de los partidos. La llave no es otra cosa que la enseñanza. El humanismo sigue siendo un ideal matizable, aunque a renovar ahora desde otras bases.
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