Opinión

Epi y Blas, la pareja del año

A los de la generación EGB nos han notificado algo que ya intuíamos pero que al confirmarse descubre de nuevo que los Reyes son los padres. Epi y Blas eran pareja de hecho. Habría que ver a esos peluches sin sexo cuando apagaban la luz y se daban las buenas noches en sus camitas separadas. Sin duda fue la noticia del día. El Barrio Sésamo actualizado demostraría las diferencias entre arriba y abajo de otra manera y no me atrevería a apostar por qué posición adoptaría cada uno. Habría que emprender una ardua tarea de investigación para saber en qué categoría encaja Coco, Triki o la rana Gustavo, el intrépido reportero convertido al albur de la modernidad en el Marcelo Mastroiani de «La dolce vita».

De Espinete sólo pueden recogerse muestras de ADN en un vertedero de Madrid. Tal vez escribiera sus memorias, unos lorquianos sonetos del amor oscuro. «Amor de mis entrañas, viva muerte/ en vano espero tu palabra escrita/ y pienso, con la flor que se marchita/ que si vivo sin mí quiero perderte». Y la gallina Caponata, que también traspasó el umbral de los vivos en un ataúd sereno, ya se veía que gastaba mucha pluma.

Es sorprendente que nos detengamos ahora en el sexo de los muñecos cuando se debate en qué lavabo deben entrar los niños que dicen ser niñas y viceversa. Quizá la ardiente cerdita Peggy, que era en peluche una Chabelita Pantoja, cambió de acera en ese momento en que descuidamos mirar a la carretera y nos hicimos adultos. Hay leyendas negras que conviene aclarar. El abuelito de Heidi. No digo más. O Bob Esponja, no libre de sospecha aunque usa calzoncillos blancos de los de toda la vida. Explicárselo a los sobrinos supondrá un trago. Aunque al cabo resulta una discusión tan bizantina como la del sexo de los ángeles. Eminentes estudiosos no llegaron a ninguna conclusión en el siglo XV. Tal vez una comisión de expertos, con Carmen Calvo, para calvo activo Homer Simpson, nos aclarara si cabía en ellos el apetito sexual o se daban por satisfechos con hacernos compañía cuando empezábamos a estar solos.

Epi sigue riéndose como un perro agotado. Al final, «Barrio Sésamo» era «La casa de las flores», un culebrón transexual. Quién sabe si la gomaespuma se reproducía como los caballitos de mar mientras hacíamos los deberes en casa. «Un globo, dos globos, tres globos» fingía publicidad encubierta de preservativos. Cuando se desclasifiquen los papeles de «El gordo y el flaco» el mundo lanzará otro trémulo gemido de sorpresa. Para entonces ya estaremos muertos de risa.