Opinión

Cuenta atrás para la próxima crisis

Pedro Sánchez está convencido de la eficacia de los golpes de efecto. Su único objetivo es ganar las próximas elecciones y trabaja por y para ello. Intenta desarrollar políticas económicas populares que, al margen de sus efectos a medio y largo plazo, le den los votos que necesita para asentarse con comodidad en la Moncloa. Expertos de los mejores centros de pensamiento/investigación económica del país, muy sorprendidos, han tenido que lidiar con una petición, cuando menos insólita además de recurrente, de los asesores del Presidente: «¡Ofrecerme alguna medida económica impactante que podamos anunciar y aplicar inmediatamente!» El inquilino de la Moncloa ha explicado a la Comisión Europea –donde quizá Pablo Iglesias no podía oírle– que sus líneas rojas en economía están en mantener a raya el déficit público, aunque eso no signifique que no intente aumentarlo y, de hecho, 2018 concluirá para España con más números rojos de los previstos. Casi al mismo tiempo, el Presidente y sus ministros, sobre todo las ministras de Hacienda, María Jesús Montero; de Trabajo, Madgalena Valerio; y de Transición Ecológica, Teresa Ribera, hacen anuncios de subidas de impuestos o creación de otros, y también se enredan en matizaciones sobre si al final las pensiones se revalorizarán de acuerdo con el IPC o no. La ministra de Economía completa el círculo. Mientras que un día asegura que «es un buen momento para subir impuestos», al día siguiente impulsa un teórico plan de reformas (resumido en un documento titulado Agenda del cambio de 75 páginas), diseñado supuestamente para hacer frente a la desaceleración económica y, sobre todo, para calmar las autoridades de Bruselas que, por fortuna para España, están mucho más preocupadas por la deriva italiana, con una prima de riesgo que triplica la española.

La situación económica no es mala en estos momentos, pero empieza a encontrar dificultades. Los técnicos lo llaman desaceleración, aunque la ministra Calviño habla de «moderación». El Banco de España, Funcas (Fundación de las Cajas de Ahorros), Fedea y los servicios de estudios de las principales entidades financieras coinciden, de forma unánime, en que la economía española ha empezado a frenarse. El pasado viernes, el Círculo de Empresarios, que preside John de Zulueta, en uno de sus documentos periódicos enumeraba los signos de desaceleración de la economía española. El Círculo, que se basa en datos del Banco de España, estima que el PIB crecerá en 2018 un 2,6%, una décima –10.000 millones – menos de lo previsto, y en 2019, un 2,2%, dos décimas –20.000 millones– menos de lo estimado. Hay previsiones más catastróficas, como la de Freemarket, la compañía que preside Bernaldo de Quirós, que cree que el crecimiento en 2019 podría no rebasar el 1,5%, lo que significaría que la reducción del paro habría tocado fondo.

La desaceleración de la economía, al margen de profecías más o menos apocalípticas, sí es un hecho. El documento del viernes, «Así está la economía», del Círculo de Empresarios, es claro: las exportaciones, de enero a junio, crecieron cuatro puntos porcentuales en términos interanuales. El índice del PMI manufacturero –quizá el indicador industrial más representativo– pasó de 53 puntos en agosto a 51,4 en septiembre. A todo ello hay que unir la caída del turismo internacional en España, porque si en junio había descendido en un 4,9% sobre el año anterior, en agosto hubo un 1,9% menos de visitantes foráneos con respecto al mismo mes de 2017. La foto de la economía española se completa con la evolución del paro. Y si agosto se cerró con muy malos datos, septiembre tampoco ha sido un buen mes. El desempleo bajó un 6,1%, en relación con septiembre de 2017, la menor bajada desde 2014, dejando la cifra de desempleados en 3,202 millones. Por último, la deuda pública ha alcanzado la desorbitada cifra de 1,16 billones de euros, con «b» de barbaridad. Ha descendido en términos porcentuales en relación con el PIB, al caer hasta el 98,5% del PIB, aunque el objetivo para el final del ejercicio, del 96,8% parece ya inalcanzable. En otras palabras, la deuda es menor porque crece la economía, pero no deja de tener algo de espejismo porque en términos absolutos ha vuelto a crecer. España pagará a lo largo de 2018 más de 31.500 millones de euros en concepto de intereses de esa deuda. No hace falta ser premio Nobel de Economía –a punto de concederse– para prever que si, como es inevitable, suben los tipos de interés, esa factura puede multiplicarse y entonces el problema será mucho mayor.

Pedro Sánchez quizá no sea un gran experto, pero es economista y debería comprender las consecuencias de determinadas políticas económicas. No obstante, en su empeño en ganar con holgura las próximas elecciones, está embarcado en un proyecto de aumento del gasto que implica, para mantener el déficit, importantes subidas de impuestos, a los ciudadanos y a las empresas. En el primer caso, impulsado por Podemos, está empeñado en promover medidas que castiguen a los «ricos», entendidos como trabajadores por cuenta ajena con nóminas elevadas, unos 10.000 euros brutos al mes. Una subida de impuestos a ese colectivo apenas recaudará unos 500 millones de euros más al año, sobre un total de ingresos el Estado de más de ¡400.000 millones! Por otra parte, Sánchez pretende subir todos los impuestos a las empresas, con la guinda de un impuesto especial a la banca que, como ha escrito Rafael Domenech, jefe de análisis macroeconómico del BBVA, lo único que lograrán es «perjudicar los intereses de toda la sociedad».

La economía española afronta un futuro incierto. La cuenta atrás de la próxima crisis global ya está en marcha y hay quien le pone fecha y la fija en el año 2020. Como casi siempre, empezaría en Estados Unidos y luego se extendería por el resto de mundo. A España llegará antes o después y no está inmunizada y puede ir por delante. La errática política de Sánchez genera incertidumbre y puede adelantar y agravar la crisis. Hay tiempo para evitarlo y poner remedio, pero también existe el precedente de Zapatero y él no estaba tan agobiado por las urnas como Sánchez. La cuenta atrás ha comenzado y es imparable, pero hay tiempo para evitar un desastre e incluso para salir airosos del envite, pero exige huir del populismo e incluso del intento de ser popular.