Opinión
El «consejo de Libertonia»
Llegados a este miércoles de octubre, día 362 desde la proclamación de una república de «Narnia» o del «país de nunca jamás» en Cataluña que ha supuesto la mayor frustración de la historia para la parroquia secesionista, quienes todavía viven a costa de mantener viva la llama de la gran mentira –muy cuidadosos de que los amagos y enredos no les sitúen en los caminos que conducen a la madrileña plaza de las Salesas y a Estremera– pretenden ahora dar una nueva vuelta de tuerca en su desafío al Estado a través del chantaje a un Gobierno con pies de barro sabedor de que sin el apoyo independentista no tendrá presupuestos o lo que es igual, algo más de un año para gastar y repartir antes de acudir a las urnas. Puigdemont sigue pedaleando para que la bicicleta no caiga y ni corto ni perezoso prepara la puesta de largo de ese «Consejo de la república», lo más parecido a un gobierno paralelo de otro bajo sospecha, o lo que es igual, un máximo órgano decisorio caminando en la misma línea que la propia Generalitat, pero, eso sí, a mayor velocidad hacia el objetivo último que no es otro más que la consecución de la independencia en régimen republicano.
El llamado por el secesionismo «espacio libre de Bruselas», que no es otra cosa que la guarida alfombrada de Puigdemont, pretende, de entrada, trasladar al Palau de San Jaime y con todo boato el pistoletazo de salida para el «Consejo de la república», ese órgano que de acuerdo con el pacto ERC-PDeCAT estaría formado por cargos electos y por nombres de relevancia de lo que llaman sociedad civil y que no pasará de los más pulcros poseedores del DNI de beligerantes gudaris secesionistas. Un órgano que pretende, ni más ni menos, que avanzar hacia la república imprimiendo la velocidad a la que no llega el gobierno autonómico y con el claro objetivo de hacerlo con lo que mejor se les da como es la internacionalización del conflicto. Llegados pues a este punto, algunos deberes se acumulan sobre el pupitre del Gobierno de Sánchez y de algunos de sus ministros teniendo en cuenta que se da salida a un engendro encaminado a alimentar la megalomanía de Puigdemont y cuyo coste no parece que vaya a ser cero, ni para la mayoría de ciudadanos catalanes no independentistas, ni para el resto de los españoles, paganos en última instancia de este tipo de fiestas. Ni Delgado ni Marlaska ni Batet podrán silbar y mirar hacia arriba en lo relativo a los pasos de este «Consejo» caminando en los límites de la legalidad, Montero entendemos que hará lo propio en el control y supervisión de la utilización de fondos públicos y el propio Borrell estará igualmente concernido con la maquinaria diplomática esperemos que bien engrasada ante la contrastada maestría de la propaganda soberanista de puertas para afuera. Puede que no sea más que el «Consejo de Libertonia», pero démonos por satisfechos si no nos cuesta ni más disgustos ni por supuesto un céntimo de euro.
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