Opinión

Las relaciones de Sánchez

Se confirma, después del rifirrafe de ayer en el Congreso, que Pedro Sánchez mantiene mejores relaciones con los separatistas catalanes y con los demás enemigos de la Constitución que con los partidos constitucionalistas. Al fin y al cabo, les debe a los primeros haber alcanzado su sueño de llegar a la Moncloa y de seguir de presidente. Depende de ellos y a la fuerza ahorcan. Además coincide con sus socios en el viejo proyecto de impedir a toda costa que la derecha vuelva a ocupar el poder en España, un propósito que trae malas resonancias históricas. Asoma otra vez la dialéctica de las dos Españas, que parecía superada.

Esto explica su destemplada salida de romper relaciones con el nuevo líder del PP, Pablo Casado, que le ha advertido de esa complicidad suya con los que trabajan, día y noche, por romper el orden constitucional y que muchos observadores independientes –parece que hasta el Tribunal Supremo– consideran participantes de un golpe de Estado. Lo extraño es que los históricos responsables de su partido, que tanto contribuyeron en su día a implantar el actual sistema democrático, no alcen ya la voz y le adviertan a este hombre del lío en que está metido y del lío en que está metiendo a España. No parece que al Rey le deje indiferente lo que está pasando en Cataluña, con la política de mano tendida del presidente del Gobierno, ni las últimas iniciativas parlamentarias sobre ofensas a la Corona, a la religión y a los símbolos del Estado por iniciativa de sus socios y con el beneplácito del PSOE. Nunca en los últimos cuarenta años ha sido tan anormal la «normalidad» política que se pretende desde la presidencia del Gobierno.

Puede que sea un poco exagerado acusar a Sánchez de golpista. No es un golpista activo. Cuando fue necesario incluso contribuyó con el Gobierno del PP a implantar en Cataluña, ante la deriva secesionista, el artículo 155 de la Constitución. Hay que reconocerlo. Obligó, eso sí, a aplicarlo a medias, lo que originó mucho de lo que está pasando. Y es un político que no es muy de fiar por su voluble condición. Obsérvese el zigzagueo de sus relaciones con Pablo Iglesias, y lo que te rondaré. Es un personaje acostumbrado a establecer y a romper relaciones. Pablo Casado no debería preocuparse por esta ruptura. No parece disparatado, sino todo lo contrario, que el líder de la oposición advierta con dureza en el Parlamento al presidente del Gobierno, ante la gravedad de la situación, que va por mal camino, que anda con malas compañías y que será responsable de lo que pase. Es lo menos que debe hacer.