Opinión

El artículo 155 y la mitología nacionalista

Hoy mucha gente parece coincidir en que la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña fue tardía, floja y poco afortunada. El caso es que cuando se aplicó, y salvo algunas voces críticas, la medida fue acogida con sorpresa y un apoyo muy amplio. El Gobierno de Mariano Rajoy, tras el discurso del Rey del 3 de octubre, consiguió algo que parecía imposible, como es el consenso de tres de los partidos políticos nacionales. Entonces pareció el principio de un bloque constitucionalista ante el «procés». El artículo 155 iba vinculado a la convocatoria inminente de las elecciones autonómicas. Todo ello abría la puerta a una intervención breve, medida y pensada tanto para impedir el proceso de secesión como para hacer posible la apertura de nuevos canales de diálogo entre las diversas fuerzas políticas en juego.

En cuanto a lo primero, es decir la interrupción del proceso de sedición, el artículo 155 resultó un éxito. Rotundo, además. Devolvió una cierta normalidad a Cataluña y al resto de España, al demostrar que el Estado tenía voluntad e instrumentos para enfrentarse a una situación excepcional. En aquel mismo momento se desvaneció el tabú del 155, mantenido a modo de culto idolátrico, como si el artículo no formara parte del texto constitucional, durante cuarenta años.

Otro elemento positivo de la aplicación del 155 fue el consenso conseguido para su aplicación, que en la sesión del Senado del 27 de octubre de 2017 reunió el respaldo de PP, PSOE, Ciudadanos, UPN, Foro Asturias y Coalición Canaria. En la gran estrategia rajoyista de recuperación del bipartidismo, la cuestión catalana habría debido servir para recomponer esa fórmula destrozada por la crisis y al tiempo renovar la posibilidad del diálogo con los nacionalistas. Con una precaución adicional, porque la actitud del PSOE ante una aplicación unilateral era imprevisible. Dada su trayectoria de deslealtad (ya demostrada con Rodríguez Zapatero y sus negociaciones con la ETA) y la independencia de actuación del PSC, no era de descartar alguna forma de apoyo a los secesionistas que habría trasladado la crisis al Estado central.

Lo sucedido con la moción de censura, al pactar el PSOE con populistas, secesionistas y filoetarras, demuestra que esta precaución no estaba de más; sin contar con que Ciudadanos se mostró opuesto mucho tiempo a la aplicación del 155. Quienes preconizaron en su momento un 155 más duro parecían no darse cuenta que el consenso nacional es inexistente en nuestro país, que se ha cultivado ese vacío durante cuarenta años y que se ha hecho todo lo posible para que no surja ningún acuerdo al respecto. Como era de esperar en estas condiciones, el proyecto de construcción nacional de Cataluña, y el del País Vasco, se han desarrollado en libertad durante décadas. Así que el 155 no cumplió la expectativa de normalizar la situación, hasta el punto de abrir nuevos cauces de diálogo. Al revés, al quedar demostrada la fragilidad de la posición nacional o constitucional, y aún más después de la coalición para echar al PP del Gobierno, el secesionismo, aunque derrotado, se atrincheró. Como el 1 de octubre, el artículo 155 pasó a convertirse en una pieza más, fundacional, de la mitología del nacionalismo catalán.