Opinión
Van a por el Supremo
Nunca vi nada igual. Ni con Adolfo. Ni con Leopoldo. Ni con ese Felipe que tuvo más poder que nadie jamás en democracia e intentó sepultar a Montesquieu. Aznar fue una hermanita de la caridad con la Justicia, con los medios, con los nacionalistas, con los amigos y muy especialmente con los enemigos. Ya se sabe: los populares son unos panolis que ponen la mejilla setenta veces siete. Zapatero, el de momento peor presidente fue el más demócrata en usos y maneras y su control de la Justicia fue mínimo por no decir ridículo por mucho que hablen de un león llamado Conde-Pumpido que no era tan fiero como lo retrataban. La historia se repitió con Mariano, que no aprovechó su súpermayoría absoluta para pasar de las musas al teatro con las grandes reformas pendientes. Para empezar, la de una Justicia que por otra parte funciona bastante mejor de lo que sostiene el estereotipo. Incumplió de manera sonrojante su promesa de despolitizar el Consejo General del Poder Judicial, pero eso es tan cierto como que al final fueron dos magistrados los que lo pusieron en la calle con un fallo nauseabundamente politizado en las formas aunque correcto en el fondo. La corrupción del PP era tan cantosa como obsceno fue el uso que se hizo de una sentencia cuya dureza contrasta con la benevolencia que se dispensa al latrocinio de los ERE: 850 millones. Sánchez y su copresidente Iglesias los están dejando a la altura del betún en malignidad institucional.
A ninguno de ellos se le hubiera ocurrido lanzar una sucia campaña de deslegitimación por tierra, mar y aire como la que la bicefalia que gobierna España ha emprendido acusando implícitamente de prevaricación al Supremo por mantener la acusación de rebelión a los tejeritos catalanes. El objetivo del uno es obvio, abonar los peajes a los golpistas que le permitieron okupar Moncloa. El del otro, acabar con ese incontrolable dique de contención legal que es el Supremo. Aprendiz aventajado del narcoasesino Chávez como es, sabe mejor que nadie que la dictadura fue una realidad en Venezuela cuando se invadió definitivamente el Alto Tribunal en 2004. La tángana desatada a cuenta del impuesto a las hipotecas tampoco es casualidad. El final de esta película de terror es convertir al Supremo en un apéndice del Ejecutivo y el Legislativo. Y el día que eso suceda la democracia se habrá acabado.
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