Opinión

Franco en Halloween

Anoche soñé que volvía a Manderley. El ama de llaves de Rebeca sujetaba un candelabro al que apenas podía asirse por la cera derretida. Lo que tiene dormirse con «La maldición de Hill House», la pesadilla de Netflix. Los difuntos resucitan, hasta el punto de que ya no sabemos quién está a un lado o a otro del espejo. Hay muchos millones más de muertos que de vivos. Una persona viendo el retrato de un fallecido. Un día seremos el que está en la foto y por mucho que gritemos nadie oirá ningún gemido. Es mejor, pues, ahuyentar los fantasmas. O quedarse solo con los que no llevan sábana y nos contemplan sonrientes, como la última vez.

Esta noche nos preguntarán si truco o trato. Lo que hizo Carmen Calvo en vísperas de Halloween en el Vaticano y le dieron calabazas. Me quitas a Franco de la Almudena o ya veremos qué pasa con los tributos. Vade retro. Pareciera que el gobierno estuviera gobernando para una legión de zombis a los que debe un cuerpo al que devorar. Soñando con que vuelve a las mansiones del anterior régimen y concluir que solo le queda la melancolía, pues la historia no puede cambiarse. De todas las películas de terror que estos días se exhibirán en las televisiones y en los cines, la más escalofriante es el documental en el que se retrata a España con unos gobernantes a los que importa más nuestro Mason de «Viernes 13» que los supervivientes todavía de la plaga de vivir, los que aún sienten un escalofrío verde en la madrugada. Michael Myers resulta ser Franco, el muerto de los muertos. No habría máscara más impactante para los disfraces que celebran esta papanatada de ataúdes sin dueño.

La diplomacia de la Santa Sede sabe bien cómo ahuyentar al demonio. Lleva muchos más siglos de ventaja que la vicepresidenta, que acaso cree que el gobierno de Roma es el de una comunidad autónoma más. Ella fue fraila. Debería saber que se trata de un Estado. Ayer tenían una sorpresa y hoy, un problema. Cuando se crean monstruos imaginarios ni un Fastuo socialista puede domesticarlos. Hasta a Mary Shelley se le fue Frankestein de entre los dedos cuando daba a luz a la criatura que cumple doscientos años frente a los pocos meses de Pedro Sánchez. Tal vez hoy recuerde, cuando ha levantado la piedra del sepulcro y no sabe cómo cerrarla, lo que el cuervo de Poe: «Never more».