Opinión
Eso, la libertad
Me habría preocupado, y mucho, que Iglesias, Garzón y su variopinto rebaño, aplaudieran a los Reyes y a Don Juan Carlos y Doña Sofía, los Reyes padres. Se celebraba el aniversario de la Constitución de la Libertad, y gracias a la Corona y la Monarquía Parlamentaria, Iglesias, Garzón y su espeso rebaño son libres de aplaudir o no, de agradecer o no, de reconocer o no, y de homenajear al Himno Nacional de España o no. Eligieron el no, se creyeron héroes perseguidos por nadie, lucieron un horrible pin morado que fue el logo del salón de belleza «C4Ó» y reclamaron libremente la imposición de una Tercera República. Esta gente representa la anécdota más fea y violenta de la libertad, pero no hay que darle importancia a su grosería. Todo tiene alguna disculpa. Mientras el Rey pronunciaba su extraordinario discurso de libertades y concordias, Iglesias se ocupaba de su «Ipad». El otoño. En otoño se desnudan los árboles caducifolios y las hojas muertas bloquean cañerías y desagües. El desagüe de la piscina de La Navata se hallaba obstruido por un compacto bloque de hojas de sauce, e Iglesias se comunicó con el fontanero. Lógico pues, que no atendiera al discurso del Rey, que lo repito, fue hondo, sincero, conciliador, y formidable. Una lección de sobrevuelo a las pugnas políticas, los separatismos y las violencias y un homenaje a sus padres y a la generación del abrazo y la esperanza. Aquellos políticos de diferente signo y de opuestas ideologías que redactaron juntos la Constitución de la libertad.
Los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía junto a los presidentes de Gobierno de la democracia y los tres padres de la Constitución que aún, y espero que por largo tiempo, permanecen entre los vivos. José Pedro Pérez –Llorca, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Miquel Roca. Los Reyes y sus hijas fueron ovacionados en la calle por el pueblo, los Reyes Padres fueron ovacionados en la calle por el pueblo, los presidentes del Gobierno fueron respetados en la calle por el pueblo, y el presidente «okupa», el actual, fue abrumadoramente abucheado en la calle por el pueblo. Los de Podemos fueron pitados con ganas por el pueblo, pero sólo los reconocibles. El pueblo confundió a muchos parlamentarios del comunismo estalinista con operarios de megafonía o periodistas en cumplimiento de su deber. Y arriba, también con la libertad y la Corona, en las tribunas de invitados, se sentaron las máximas autoridades del Estado de Derecho, el Poder Judicial, presidentes autonómicos, Fuerzas Armadas y representantes de la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía, con el recuerdo de todos sus héroes asesinados por los padres de Bildu, socios de Pedro Sánchez y plenamente constitucionalistas, según la trirreprobada ministra Dolores Delgado, la amiga de Villarejo y Garzón y antigua alumna de mi colegio privado, el Alameda de Osuna, que costaba un ojo de la cara.
Durante poco más de una hora se recuperó la cordialidad de los primeros pasos de la libertad recuperada. Ética y estética. En aquellas legislaturas, había buenos y cultos parlamentarios, y todos, sin excepción, mujeres y hombres, representaban a sus votantes vestidos con seriedad y respeto. Los únicos diputados que vestían como guarros eran los de Herri Batasuna, comandados por el canalla de Jon Idígoras, que en Paz no Descanse, y que en su juventud, con anterioridad a su afición por las nucas de inocentes destrozadas, llegó a torear alguna novillada con el prestante nombre de «Chiquito de Amorebieta». Aquel vestuario lo han heredado, como tantas otras cosas, los que se sientan junto al preocupado líder que sufre por las oclusiones de los desagües de su piscina particular y millonaria.
Fue un gran día para España, la Corona y el recuerdo a cuantos contribuyeron hace cuarenta años a la reconciliación que creímos zanjada, cumplida y definitiva. Es lamentable añorar el patriotismo de aquel PSOE cuando se establece una comparación con el socialismo de hoy, que gobierna sin haber ganado, y lo hace con el apoyo de los enemigos de España y los destructores de la libertad. El pueblo les va a salir – ya les ha salido–, por la culata. Y fue de nuevo, un triunfo del Rey, que supo resumir en su gran discurso todos los mensajes positivos de nuestra Constitución. Mal día para los violentos y los traidores. Finalizado el acto – leo que la Reina Sofía fue de las últimas en abandonar el multitudinario aperitivo recibiendo toda suerte de merecidas gratitudes-, un golpe de viento ayudó a caer las últimas hojas resistentes de las acacias y plátanos de Madrid. Y Pablo Iglesias abandonó a toda prisa la Carrera de San Jerónimo, rumbo a La Navata, para vigilar «in situ» el arreglo del desagüe de su piscina y la limpieza de su rincón de barbacoas.