Cuartel emocional
Lavarse las manos
El odio profundo que muchos profesamos por la gente en general es precisamente por eso, además de por el propio hecho de ser gente
La cobardía es el más despreciable de los defectos humanos, y está por todas partes. El odio profundo que muchos profesamos por la gente en general es precisamente por eso, además de por el propio hecho de ser gente -yo me entiendo-, y muestras de ese apocamiento las estamos viendo en los personajes que protagonizan las noticias cansinamente en las últimas semanas. Veo ahora, por ejemplo, al baboso de Page, cumpliendo con orgullo diez años como presidente de Castilla la Mancha, con las encuestas a su favor pero sin mojarse.
Un gesto suyo, una votación en blanco en el Congreso con sus ocho diputados y saldría adelante una moción de censura. No se trata de transfuguismo, como pretende justificar, es cuestión de defender la decencia e ir contra una corrupción como la que nunca se había visto en la historia de nuestro país. Como cobardes y ladinos son los que ya están en la cárcel, modelo Cerdán, y, asimismo, los que le van a acompañar; gentes tipo Koldo y Ábalos, que no hablan, no cantan la Traviata ahora que ya no tienen nada que perder, siendo que todos los que antes les hacían la ola, les vuelven la espalda y aseguran que nada tienen que ver con el partido, un PSOE corrupto mucho más que en los viejos tiempos, cuando Felipe González le iba a dar un abrazo a su ministro Barrionuevo antes de entrar en la cárcel de Alcalá-Meco. Sánchez, cobarde también por naturaleza, se escuda tras los mil quinientos asesores que piensan por él, le dictan las palabras que tienen que pronunciar él y los suyos, convirtiéndolos en loros de repetición, que le aconsejan, que le recomiendan el maquillaje que ha de hacerse en cada aparición… Todo un circo que a nadie divierte y a todos indigna.
Sevilla se ha visto tomada por la reunión de la ONU, el organismo más inoperante desde su creación hace ya ochenta años. Recuerdo que mi amiga Ana de Palacio, que fue ministra de Exteriores con Aznar, tenía una cierta debilidad por Kofi Annan, nadie sabíamos por qué, pero así era. Recuerdo también algunos nombres de cuando yo era una niña, porque los veía en los periódicos y en los telediarios, Kurt Waldheim, por ejemplo; Pérez de Cuéllar a quien conocí ya hacia el año 91, justo antes de dejar su puesto, creo que fue en mi casa de Iria Flavia; el coreano Ban Ki-moon y el actual Antonio Guterres. Todos con muy buenas intenciones y con escasa eficacia son incapaces de atajar las guerras y la inseguridad internacionales; las hostilidades entre las naciones; la cooperación internacional es casi inexistente para solucionar problemas globales, y todo así. Ahora, bien, Pedro Sánchez tuvo la jeta de llevar a su imputada esposa y lucirla ante el mundo y también ante los Reyes de España, que no parecían estar muy contentos con la situación.
En las guerras siempre hay un David y un Goliat, y el máximo ejemplo que tenemos en la actualidad son Israel y Ucrania enfrentados a Irán y a Rusia respectivamente. Desde nuestras casas asistimos como espectadores de una película donde se libran dos guerras sin que nadie pueda impedir las atrocidades de los unos con los otros, mientras el tiempo pasa con tanta parsimonia como calor en unas temperaturas que nos hacen imaginar el fuego del infierno, donde todos arderemos el día de mañana si no hacemos algo por remediar este mundo.
CODA. De nada me sirven los recortes de periódico que voy acopiando a lo largo de los días más que para llevarlos en montones al contenedor de reciclaje. Tampoco me he quedado con nada que comentar de las noticias del mundo mundano. En esta semana sólo me queda destacar una frase que oí en una comedieta de la tele: “El mejor amor que puede tener una persona, es el amor consigo mismo”.