Opinión
Brexit
Quizás parezca que ha transcurrido una eternidad –pero tan solo era el 8.03.2016– cuando planteaba aquí seis preguntas, sin esperar obtener respuesta alguna para ellas. Por lo mucho que ha sucedido desde aquella fecha y lo diferente que es ahora la situación mundial, pudiera imaginarse que estamos hablando de otro siglo. La tercera de aquellas ya lejanas preguntas que me hacía era que sería mejor para nosotros los europeos: tener una Gran Bretaña que presume de no creer en nuestra futura unión dentro o fuera de dicha «Unión» Europea. Como podíamos imaginar hace algo más de dos años y medio que el primer ministro Cameron iba a cumplimentar inmediatamente su alocada promesa de preguntar a los británicos precisamente esto mismo –que si preferían permanecer en la UE o abandonarla– buscando mejorar asi su posición en el partido y en Europa. Ni tampoco el alcance y virulencia de la campaña de mentiras y engaños que –entre otros muchos– los Srs. Boris Johnson y Nigel Farage iban a desencadenar antes de la votación, eso sí, con la inestimable ayuda de algunos oscuros organismos rusos especializados en la desestabilización informativa. Al Sr. Cameron se le olvido la primera regla de los referéndums: solo debes preguntar cuando estás dispuesto a soportar cualquier contestación. Su dimisión cuando su consulta produjo el Brexit demuestra que se equivocó, tanto en mejorar su situación personal –pues no pudo soportar el resultado– abocando de paso a su país hacia una encrucijada que deteriorara su peso en el mundo a la vez que aumenta las divisiones políticas britanicas.
El referéndum del Brexit –si bien por estrecho margen– demostró que parte del pueblo ingles vivía en una ensoñación post imperial y creían que iban a ser capaces de imponer a Europa su voluntad. Que un divorcio sin dolor –y en sus términos– era posible. Que iba a ser un buen negocio el culpar a la UE de todos sus males y pasar el finiquito. Pero Alemania, Francia e incluso la torpe negociadora que es nuestra España oficial –y desde luego también los otros socios comunitarios– no se parecen en nada a aquellas naciones de su antiguo Imperio a las que Londres solía imponer su voluntad. La Sra. May ha comprobado en sus propias carnes lo que es negociar desde una postura de debilidad objetiva. Todos sufriremos con este impuesto Brexit pero, los británicos, mucho más que el resto de los europeos.
Les confieso que tras estos dos años y medio de reflexión creo haber encontrado respuesta a mi tercera pregunta. Naturalmente es una afirmación personal y discutible, pero prefiero tener a los británicos fuera de la UE que dentro. No es esta una reacción emocional, aunque buenas razones hubiera para que aflorase la indignación tanto por la pérfida conducta británica histórica como por el continuo chantaje a que han sometido a la UE en los últimos años. Tampoco nos debería motivar el deseo de hacernos con alguno de los despojos –instituciones comunitarias o empresas– que la salida de Londres va a propiciar. Pienso que mi razonamiento personal no está influido por el antagonismo tradicional entre nuestras dos Armadas, ni por Gibraltar, ni por nada parecido. Es porque creo firmemente que los europeos deberemos unirnos más en nuestras políticas exteriores y de seguridad para navegar por la mar arbolada que el Sr. Trump nos está anunciando. Todo esto, naturalmente, es más evidente ahora que en aquel marzo del 2016.
O los europeos cerramos filas o seremos barridos uno a uno por los EEUU, China o Rusia. Y con la Gran Bretaña dentro de la UE esto último –lo de cerrar filas– no iba nunca a ser posible. Los británicos han contemplado tradicionalmente la UE tan solo como un negocio económico y no como una unión política y mucho menos emocional. Es por la supervivencia de los valores europeos por lo que pienso que ha llegado el momento de decir adiós a los ingleses –sin rencor o al menos con el menor de los agravios posibles– especialmente ahora que al parecer asi lo quieren ellos. Y digo ingleses y no británicos, porque no estoy muy seguro de lo que escoceses e irlandeses del Úlster desean. Dolería ver que la Gran Bretaña se cuartease con esto del Brexit, pues lo que Occidente necesita es más convergencia y menos desunión. Pero lo que pase no será nuestra responsabilidad sino la de unos votantes, quizás engañados, pero en todo caso cegados por la nostalgia de un pasado imperial que se desvaneció para siempre al final de la 2ª Guerra Mundial. La pérdida de las aportaciones británicas a la UE en el campo económico –y aún más en el de la seguridad colectiva– será sin duda dolorosa a corto plazo. Pero a la larga nuestras posibilidades comunes serán mejores que arrastrando un socio que no quiere profundizar en nuestra unión política.
Por el bien de ese futuro común europeo nuestros líderes deberían estar dispuestos a aceptar las dificultades inmediatas de esta dolorosa y no buscada por nosotros Gran Salida –quizás la deberíamos denominar Gran Huida– proceso al que venimos llamando Brexit. Cuánta razón tenía el General De Gaulle.
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