Opinión

¡Okupas en San Telmo!

Pero, «¿qué hace toda esta gente en nuestra casa?». La frase se le atribuía a Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, ante algunos de sus más allegados, cuando allá por diciembre de 2003 se tramitaba el traspaso de poderes en la Generalitat tras las elecciones que llevarían al socialista Pascual Maragall al gobierno de Cataluña y tras décadas de omnímodo pujolismo bajo las siglas de CiU. Tanto no convergente transitando por despachos y pasillos del Palau de San Jaume les resultaba extraño a quienes estaban habituados a campar a sus anchas por los recovecos del poder, casi convencidos de su condición de ungidos por la mano divina tras acostumbrarse al reiterado y legítimo apoyo en las urnas.

Es un sentimiento que suele hacerse inevitable cuando se recibe el primer mandoble de la cruda realidad comprobando que, por primera vez, las cuentas parlamentarias no salen. Tal vez por ello cuando desde el propio PSOE portavoces como el andaluz Mario Jiménez insisten poco menos que en la toma del Palacio de invierno por parte de las huestes de las derechas, señalando el sacrílego pacto que desaloja a los «demócratas de pedigrí» en beneficio de quienes no han ganado las elecciones e irrumpen en San Telmo de la mano de peligrosos extremistas, en realidad ignoran –o pretenden que todos ignoremos– el hecho de que, en la cita con las urnas del pasado 2 de diciembre, esas derechas llegaron a sumar doscientos mil votos más que la izquierda, dato palmario y tan irrefutable como que la misma matemática parlamentaria, que no sumó hace ocho años para situar al candidato del PP Javier Arenas vencedor de largo en las elecciones en el gobierno de la junta, ahora sí le brinda los números a Moreno Bonilla, con la misma legitimidad además con la que el propio Pedro Sánchez gobierna la nación gracias al apoyo a sus exiguos 84 escaños de un florido elenco de partidos de todo pelaje.

El PSOE en Andalucía tiene hoy entre sus manos una auténtica muñeca rota que es Susana Díaz y con independencia de lo que haga o no como organización a efectos de futuro, tiene por delante dos alternativas distintas a la hora de contemplar su nuevo papel de oposición: la equivocada que sería digerir mal la derrota y no hacer ascos a la tentación que le va a llegar por parte de sectores muy concretos para calentar la calle –y algún inquietante tuit hemos llegado a ver desde algún medio informativo no precisamente de derechas- o la idónea, que no es más que mirar a otros casos como PNV O CiU que, tras abandonar después de décadas el poder, volvieron a recuperarlo en las urnas tras un paso por la oposición que, sobre todo a los nacionalistas vascos les vino que ni pintado para reorganizarse desde una inteligente retirada táctica a sus cuartes de invierno. El PSOE deja el poder en su estandarte andaluz y granero de votos, pero en democracia eso no es un drama, sobre todo si tiene la altura de miras de no incurrir en un «qué hace esta gente en San Telmo?» y aprovechar el paso a la oposición para «quitarse michelines».