Opinión
May I?
Gran Bretaña se enfrenta a una de las crisis políticas más grandes de su historia cercana. El Parlamento británico le ha dicho a Theresa May que no le da permiso, que no puede realizar el Brexit tal cómo lo ha negociado. Después de una derrota tan desconcertante y total, la primera ministra británica se está preguntando incluso quién es ella misma. La incertidumbre es absoluta y las maniobras políticas en el Parlamento inglés –e incluso en el seno del propio partido conservador británico– van a ser una constante en el futuro más inmediato. Resulta cómico entonces pensar cómo nos hemos hartado de oír últimamente aquello de que el norte de Europa miraba con atención el ascenso del populismo en los países del sur como si fueran laboratorios políticos. El principal experimento incontrolado de populismo en el continente –basado en referéndums simplones– lo iniciaron Cameron y los laboristas en 2016 en Inglaterra. Ahora se comprueba hasta qué nivel de incertidumbre pueden alcanzar las irresponsables estrategias salomónicas; sobre todo, aplicadas a cuestiones de más complejidad. La situación creada constituye una torpeza política de primera magnitud. Está cimentada en pequeñas diferencias porcentuales de opinión, pero afecta a la cotidianidad de millones de personas que han visto muy complicadas unas vidas planificadas ya hace años de manera transnacional y que afecta a sus residencias o los estudios futuros de sus hijos.
Los políticos deberían avisar a la población de que las cosas de gestión son siempre limitadas y relativas, que a veces lo que vota la gente no puede hacerse. Si lo mejor para el progreso es la seguridad jurídica e institucional hay que reconocer que se ha estado haciendo justo lo contrario: vivir instalados en una percepción de sobresalto y expectativa permanente. Solo queda ampliar todo lo posible el plazo del Brexit. Cuanto más se prolongue, más moldeable será la postura de los euroescépticos. Hay que entender que los votantes también tienen su amor propio y, como a cualquier ser humano, les cuesta aceptar que, lanzándose a un referéndum simplón de preguntas infantiles, han hecho uno de los más grande ridículos administrativos de la historia europea reciente.
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