Opinión

Círculos dantescos

El Círculo de Economía presentó de nuevo en Madrid su plan para Cataluña. Un truño que sigue al pie de la letra el lema de ganar para la causa al chantajista a base de masajes. En su informe culpa al Tribunal Constitucional de abrir la espita golpista y proclama que el problema es... político. Porque frente a la insistencia por el respeto a la legalidad vigente siempre cabe la posibilidad de que el pueblo, sanguíneo como es, bruto pero noble, agarre y se eche al monte. Para evitarlo, y para prevenir que los representantes del Estado en la autonomía alienten la insurrección, proclama que existe un principio democrático que obligaría «a los poderes políticos a encontrar las vías legales adecuadas para encauzar las legítimas aspiraciones y preferencias de la población». Si es que lo tiene dicho Ada Colau, que juró desobedecer como alcaldesa las leyes que considerase «injustas». El proyecto tercerista, antología del sofismo, insiste en reformar el modelo autonómico y blindar las competencias catalanas. No sea que a los jueces se les ocurra cuestionar la constitucionalidad de ciertas cosas o a los ciudadanos votar por un proyecto jacobino tan legítimo como el de los partidarios de la centrifugación, pero que el Círculo aspira a excomulgar. Ya de la redistribución interterritorial de la riqueza y del «a cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades» pues hablamos otro día. Un manual del que tira el gobierno de Sánchez. Desde los presupuestos de 2019 a la afrenta contra la Abogacía del Estado, obligada a cambiar «rebelión» por «sedición» y a borrar de su escrito de acusación las menciones, y ejemplos, de violencia durante el proceso. Sin olvidar la soledad de Llarena, las humillaciones a los funcionarios de la Alta Inspección del Estado, las negociaciones en el trullo con los cabecillas del golpe, etc. El nudo de la obra lo tenemos muy visto. Apuntalar al inquilino en Moncloa a cambio de entregar las llaves de la masía. Los políticos nacionalistas seguirán igual mientras no se cortocircuite el incentivo perverso, los empresarios regresarán a sus negocios y los intelectuales a sus divinas cuitas. Estos últimos sin más sobresalto que el ocasional pinchazo en la conciencia cuando alguien denuncie el adoctrinamiento en las aulas de los pobres o sea multado por no rotular en la lengua materna de las 200 familias a las que sirven.