Opinión

Maduro, a La Haya ya

A leguleyos y constitucionalistas de verdad se les llena la boca estos días enumerando los artículos 233, 333 y 350 de la Carta Magna venezolana. Carta Magna que, dicho sea de paso, fue promulgada por el padre político de Nicolás Maduro, un Hugo Chávez tan asesino, tan narco y tan ladrón como él. Juan Guaidó se aferra a estos epígrafes para proclamarse presidente y convocar elecciones en un plazo máximo de 30 días. Error. Porque eso supone tanto como admitir la validez de un texto que sirvió para destrozar la nación más rica de Iberoamérica y reconocer implícitamente el derecho de Maduro a concurrir.

Salvando las distancias, esto es como si tras el fin del nazismo se hubiera permitido presentarse a las elecciones democráticas a los jerarcas hitlerianos que no fueron ahorcados en Núremberg. Dejémonos de blandenguerías. La única legislación aplicable es el Estatuto de Roma por el que se creó la Corte Penal Internacional para perseguir los crímenes de lesa humanidad. El sátrapa del Palacio de Miraflores ha cometido bastantes de los ilícitos encuadrados en esta imprescriptible figura jurídica: asesinato, encarcelamiento de adversarios, desapariciones, deportaciones forzosas, torturas y violaciones.

Es obvio que ha asesinado a cientos de manifestantes y es un tan macabro como riguroso dato que se ha ejecutado extrajudicialmente a 8.200 personas. Igual de incontrovertible resulta que en los últimos tres años 1.200 venezolanos han permanecido alguna vez entre rejas por disentir. Por no hablar de las decenas de líderes políticos de los que nunca más se supo tras ser balaceados por matones bolivarianos. Si la huida de 3 millones de venezolanos a Colombia y Ecuador para no morir de hambre no es una deportación forzosa, pasiva pero deportación al fin y al cabo, que venga Dios y lo vea. Las torturas son el pan nuestro de cada día.

A Leopoldo López no se lo van a decir ni tampoco se lo van a contar: sus captores se ensañaban con él lanzándole excrementos y orines durante los dos años que pasó encerrado en Ramo Verde. Y que es terrible costumbre sodomizar a los reclusos políticos ya sólo lo niegan sus subordinados podemitas. Maduro no se puede ir de rositas. Ni a disfrutar de su latrocinio en el exilio ni a optar a la reelección en una contienda que seguro robará. Al banquillo de La Haya y luego, si Dios existe y hay justicia, a compartir módulo con Karadzic, Mladic y ralea similar.