Opinión

El telar del Estado

El arte de tejer se ha comparado a la política desde tiempos remotos y ya en el pensamiento político de la antigua China –donde tejer es una acción cosmogónica– existe una clara analogía. En la antigua Grecia hay diversos mitos sobre telares cosmológicos y, en Roma, el tejer ha engendrado no solo nuestra palabra «texto», sino otras como «investidura», de hondo eco político, que estudian J. Scheid y J. Svenbro en «Le métier de Zeus: Mythe du tissage et du tissu dans le monde gréco-romain» (1994). Podemos suponer hasta qué punto fue crucial, en los estratos más antiguos de la humanidad, el desarrollo de la tecnología del tejido y cómo los sectores de la población que se empleaban en ella –notablemente las mujeres–, no estaban en absoluto dejados de lado en la construcción la idea del Estado. Hay, por cierto, un viejo prejuicio sobre el papel de las mujeres en la antigua Grecia que habría que matizar estudiando su imagen en la iconografía y la epigrafía funerarias –las madres que mueren al dar a luz se comparan con caídos en combate por la ciudad–, así como su importancia en la esfera religiosa o en las utopías reformistas. Pero no es este hoy nuestro tema, sino la metáfora sobre el telar, tradicionalmente asignado a las mujeres bajo el patrocinio de la sabia Atenea, diosa política a la sazón.

«¿Por dónde se podrá hallar el sendero de la política?», se pregunta el «Político» de Platón (258c) a la hora de buscar la mejor definición del gobernante. Ahí se encuentra el uso tal vez más famoso de la metáfora estructural del tejedor como político. La conversación del Extranjero y el Joven Sócrates, tras otras analogías fallidas, llega a la técnica del telar. El «rey tejedor» ha de encargarse de «cardar» la trama social, «pues todo se resume en no permitir nunca que los caracteres inmoderados se separen de los valerosos, sino tejerlos juntos por medio de creencias comunes, honores, deshonores, opiniones e intercambio de compromisos, creando así una suave y, por así decir, bien tejida túnica, y confiándoles entonces por siempre las magistraturas del Estado.» (310e) Tejer es el paradigma platónico del arte de la política en sociedades complejas, que debían hacer frente a disensiones y divisiones: «como no es posible hacer del mismo material la trama y la urdimbre, pues el género de la urdimbre tiene calidad superior ... asimismo en las ciudades deben distinguirse siempre por su virtud los que ocuparán las magistraturas»(Leyes 735a).

El telar reúne nociones evocadoras para la memoria colectiva, que recuerdan viejas alianzas de clanes prepolíticos en pos de la configuración de la ciudad-estado. Porque el tejer demuestra que se puede unir lo diferente para obtener algo más fuerte y duradero, labor crucial en el «nation-building». Un viejo ejemplo son las leyendas sobre el origen de los Juegos Olímpicos (Pausanias 5.16.4): una habla de 16 mujeres que cada cuatro años tejían para la diosa Hera una túnica, lo que se explicaba como recuerdo de una tregua lograda gracias a las mujeres de lo que fueron en principio 16 pequeñas ciudades –que luego se «entretejieron» para formar una federación– y que resolvieron la amenaza de la guerra entre las ciudades de Pisa y Elis. La tregua y la inteligencia política están asociadas al telar de Atenea –no en vano protectora del sagaz Odiseo– desde que, en Homero, Penélope ideó la treta del tejer y destejer su tela para aplazar la decisión entre los pretendientes que querían casarse con ella y heredar el trono, y así ganar tiempo: esta también es una ingeniosa manera de mantener la paz en momentos de crisis en Ítaca, a la espera de que regrese Odiseo.

Se puede buscar, en suma, en esta actividad típicamente femenina argumentos importantes para la cohesión sociopolítica en la antigüedad. Para su utopía política, Aristófanes ideará en la comedia «Lisístrata», un gobierno basado en las mujeres y sus artes. Las paradójicas mujeres políticas proponen «primero varear [la ciudad] hasta echar fuera a los malos, quitar las cerdas, y a esos que se apelmazan por los cargos...; luego cardar en una cestilla la buena voluntad recíproca ... y luego, cogiendo todos sus copos, traerlos y reunirlos, y ... tejer un manto para el pueblo.» (vv. 575-587). No por casualidad está relacionado el poder femenino –y su metafórica traslación al plano político– con el tejer en la antigüedad, y tiene largos ecos en la posteridad. En la Francia del siglo XVI el humanista Guillaume Budé usaba a los clásicos para aludir a la paz de Cambrai entre Francisco I y Carlos V, firmada por su madre y su tía, respectivamente. Quizá el «rey tejedor» de Platón fuera, a la postre, reina.