Opinión
No nos quieras tanto, majo
Fue sublime. El momento en el que Junqueras, que enfrenta la posibilidad de ser condenado por rebelión, sedición, malversación y organización criminal, proclamó que nos ama. A los españoles. A España. Imaginamos que también los cielos velazqueños, el peine del Viento, las olas que al atardecer besan Tarifa, los versos de Blas de Otero, los goles de Paco Gento, Galerna del Cantábrico, y hasta las croquetas. Sobre todo las croquetas. Oh, suspiró la princesa tercerista, que estaba triste y cansada de esperar en vano un momento Gandhi, un instante Mandela, un arrebato MLK. Oh, oh, oh, orgasmaron las terminales mediáticas que fían todo a blanquear un presunto golpe de Estado mientras por toda respuesta proponen que España se transforme en aerodinámicachaise lounge para que los señoritos más reaccionarios de la Europa occidental acomoden con gusto sus augustos traseros. Qué bonito, qué sincero, qué emocionante, qué... Pues no, miren. Los españoles, hastiados de salvapatrias, no queremos que el señor Junqueras nos ame. Ni siquiera
él, o sea, un tipo que hará una década y en pleno uso de sus facultades mentales declaraba que «los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles; más con los italianos que con los portugueses; y un poco con los suizos».
Lo que los españoles deseamos, si no es mucho pedir, si no les descuadra sus bien aquilatados tópicos sobre nosotros, excelentísimos jueces de Estrasburgo, es que la gente, y no digamos ya la élite política, cumpla la ley. Nos conformamos, qué cosas, con que no crea que surfea medio metro por encima de la Constitución. Incluso agradeceríamos que en el único país de Europa donde todavía hace unos años podías morir por tus ideas, en el país de los cientos de asesinados por la banda criminal ETA, un Junqueras cualquiera no nos eructe su supuesta condición de preso político sin recibir, al menos, el hondo y recto desprecio de los demócratas. Preso político, dice, igual que aquellos Josu Ternera
y Santi Potros. Preso político, afirmaron en todo tiempo y charco los partidarios de anteponer los sentimientos del pueblo y la democracia de la gente a los aburridísimos márgenes que impone el respeto a la legalidad. «Estoy en un juicio político», reafirmó, y nadie tuvo el buen gusto de reiterarle que si bien las ideas no delinquen la historia de humanidad es un sanguinoliento abecedario de ideólogos que pasaron de la ocurrencia al hecho y del dicho a la guerra. Qué otra cosa fue ETA sino una máquina de picar carne bajo el santificado palio del ideal político. Pero era tarde de gloria y faltaban momentos épicos. Año y medio de cárcel dan para acumular mucha purria. Los sorprendente es que no le haya permitido incubar también alguna respuesta de tipo jurídico o técnico. Del soy inocente, inocente, a votar no es delito, al presunto cabecilla de la organización no le fallaba en ningún momento su arsenal de topicazos. A lo mejor todavía cree que el TS imita los platós de TV3, donde puedes hacer el ridículo más salvaje frente a Josep Borrell a sabiendas de que una vez que abandones el estudio no existe más pena que la maldita hemeroteca. Más le valdría dejarse aconsejar por el abogado Javier Melero, formidable en su interrogatorio a su cliente, el ex consejero de Interior, aunque antes, a preguntas de los fiscales y la Abogacía del Estado, estuvo menos fino. Será que empleó el español. Una lengua de cualidades tan exóticas que los escolares de Cataluña la dominan sin necesidad de horas lectivas.
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