Opinión
La revuelta
Mientras veía pasar las grullas esta mañana por el cielo azul, aún no contaminado del todo, de la orilla de Madrid, me ha venido a la cabeza la trashumancia de las merinas en mi tierra, corazón de la Mesta, cuando los rebaños iban y venían por las cañadas al compás de las estaciones, y el silencio y la soledad que impera ahora en aquellas sierras azules de mi infancia pobladas de pueblos muertos. El ruidoso y obsceno guirigay de los políticos, en vísperas electorales, se parece al gru-gru de las grullas que pasan de largo sobre el desolador paisaje de la España abandonada.
No sé cuánto falta para que, como está ocurriendo en Francia, la España rural, la de «las periferias lejanas», como la llama el pensador Alain Finkielkraut, se vuelva visible. Es la perdedora de la globalización y la víctima del abandono de los poderes públicos. Me parece que en las provincias más castigadas por la despoblación ya han encargado los chalecos amarillos. Me acaba de llegar el anuncio al móvil. Copio el mensaje: «¡La Revuelta de la #EspañaVaciada ya está en marcha! “Teruel Existe”» y “Soria ¡Ya!” convocamos una manifestación en Madrid el 31 de marzo a las 12 horas, a la que ya se han adherido catorce plataformas de todo el país. Vamos a exigir igualdad, cohesión y vertebración para los territorios con despoblación». De momento se trata de hacerse visibles, después ya se verá.
En Castilla la revuelta no es la revolución, pero se le parece. El contraste entre la obsesiva atención de los políticos y los medios de comunicación a las exigencias de la España superpoblada y el olvido casi completo de la España despoblada, empieza a ser escandaloso. Cualquier persona con dos dedos de frente sabe que el hundimiento de la España interior, la España vaciada y envejecida, depositaria central de la historia colectiva, amenaza más la vertebración nacional que la revuelta reaccionaria e inútil de los payeses y los orondos burgueses de Cataluña. Dicho de otro modo: la despoblación y el desequilibrio demográfico creciente –la pérdida de población ha escalado ya hasta las capitales de provincia del interior y las cabeceras de comarca– tendría que ocupar en las próximas campañas electorales el primer punto de los programas y la razón primera en la decisión del voto. Los de Soria y los de Teruel ya se han puesto manos a la obra. Como dice Diderot, «la revolución que se retrasa un día quizás no se haga nunca». Apliquen el consejo a la revuelta.
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