Opinión
Trapero, el samurái
Parecía un remedo de Alain Delon en aquella película, «El silencio de un hombre», el samurái de Melville, incapacitado para levantar una ceja. Impasible. Era un héroe callado en un lugar de altos decibelios, lo que lo hacía un hombre original, casi un dios uniformado por la plebe que le cubrió de unos laureles que nunca rechazó. Cuando Trapero se asomaba al aire, las doncellas y los que no lo eran, como Pilar Rahola, que compartió picnic con él, soplaban aromas de incienso. Pero ayer habló. Y fue tan sorprendente que diríase Greta Garbo en «Ninotchka». Lengua como puñales. Una gran actuación en el bazar de las sorpresas. Cuando un actor con cara de palo empieza a gesticular se le nota que ha estado reprimido o que miente. Ayer, el samurái, el porte templado, todo él un lexatín natural, se convirtió para algunos en un botifler y para otros en un embustero. El César cruzó el Ebro en forma del riachuelo Rubicón y decidió dar batalla para salvarse echando la culpa al Govern. No en abstracto, que ya no se lleva, sino con los nombres y apellidos de Forn y de San Puigdemont. Estaba dispuesto a detenerle, dice. Quién lo diría. Quién lo creería. Trapero deteniendo a Puigdemont hubiera sido un digno final de la película. Pero es de temer que se miraran y le dijera: «Nadie es perfecto». El núcleo de resistencia pasando la pelota a los mariscales de la retaguardia. La tensión en «streaming». Resulta que Trapero tenía al de Waterloo en una jaula de pájaros y se le olvidó cerrar la puerta. Trapero fue traperillo para los golpistas. Irresponsables les llamó. Qué calladito se lo tenía. Ahora, a quitar lazos amarillos.
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