Opinión

No sólo bajar impuestos

Pablo Casado promete acometer una «revolución fiscal» si accede a la presidencia del Gobierno tras las venideras elecciones. De hecho, el líder del PP ha llegado a afirmar que la primera medida que tomará desde La Moncloa será la de bajar impuestos al conjunto de los ciudadanos. Y ciertamente España necesita una menor presión fiscal: unos menores tributos sobre familias y empresas potencian el crecimiento. Una disminución del IRPF que recae sobre las rentas del trabajo incentivará a los ciudadanos a incrementar el número de horas durante las que están obteniendo ingresos, generando valor añadido para el resto de la sociedad; a su vez, una minoración del IRPF que recae sobre las rentas del capital incentivará a los ciudadanos a aumentar el porcentaje de esos ingresos que deciden ahorrar y destinar a la adquisición de activos financieros; y, finalmente, un recorte en el Impuesto sobre Sociedades se traducirá en un incremento de la inversión corporativa dirigida a crear nuevos empleos e incrementar la productividad de los existentes.

El círculo virtuoso es muy claro: más renta disponible, más ahorro, más inversión y, nuevamente, más renta disponible. Siempre es una buena –y justa– idea bajar impuestos a los españoles, pero, en el actual contexto de desaceleración de la actividad económica, resulta una política de extrema necesidad. Ahora bien, no deberíamos olvidar que el Estado español carga con una deuda pública cercana al 100% del PIB y que nuestro déficit público incumple ahora mismo los compromisos que hemos asumido con Bruselas (en gran medida, por culpa de un irresponsable Pedro Sánchez que ha disparado el gasto clientelar con el único propósito de mejorar sus perspectivas de reelección). De ahí que tan importante como bajar impuestos sea compatibilizar esta necesaria medida con la estabilidad presupuestaria.

¿Cómo hacerlo? Existen dos grandes enfoques al respecto. El primero es encomendarse a los llamados «efectos Laffer», es decir, al aumento de la recaudación vinculado al mayor dinamismo de la economía: si bajar impuestos dinamiza el ahorro, la inversión y el crecimiento de los ingresos del sector privado, entonces la bajada de impuestos también contribuirá a aumentar la recaudación. Ahora bien, que haya un cierto rebote recaudatorio como consecuencia del propio recorte impositivo no significa que el rebote compense totalmente lo que dejará de recaudarse por la propia reducción fiscal. Por ejemplo, si el PIB es 100 y la presión fiscal es del 20%, los ingresos tributarios serán de 20; si disminuimos la presión fiscal al 10% y el PIB crece a 150, los ingresos tributarios serán de 15.

Es decir, aunque el PIB crece, no crece lo suficiente como para compensar la reducción del tipo impositivo. De ahí que si queremos asegurar que la necesaria «revolución fiscal» que promete Casado no se traduzca en más endeudamiento público no quedará otro remedio que ejecutar también recortes importantes del gasto público. No ha de tratarse sólo de una «revolución fiscal» sino de una «revolución del gasto público».