Opinión
Cinco años sin Suárez
Esta semana se ha cumplido un lustro de la inhumación de Adolfo Suárez. Cuando falleció era una sombra de sí mismo con una mente borrada en medio de una España donde resultaba difícil saber hacia dónde mirar. Casi nadie está interesado en recordarlo porque ahora la Transición tiene mala prensa y porque no pocos ambicionan utilizarla para conseguir dividir a los españoles. Sin embargo, Suárez fue una figura noble a la vez que trágica. Sus errores –como el estado de las autonomías– se debieron más al tutelaje de algún purpurado y a gentes cercanas que a él mismo. Su nobleza, su gallardía, su altura de miras pocos la han tenido después. Todos sabemos que serían legión los que habrían deseado utilizar unas imágenes como las suyas resistiendo a los golpistas del 23-F, pero tal eventualidad no se da o porque se lanzaron entonces al suelo o porque carecerían del valor para imitarlo. Suárez cayó porque sus adversarios eran invencibles: una iglesia católica indignada porque había legalizado el divorcio; un ejército bufando por la legalización del partido comunista, un empresariado que lo veía como al mismísimo demonio, unos compañeros de partido que no tenían su popularidad, pero que soñaban con sustituirlo, un PSOE ansioso por llegar al poder a cualquier precio y un monarca que nunca le perdonó por no marcharse, como Torcuato Fernández Miranda, nada más cumplir con la misión que se le había encomendado. Tras el golpe del 23-F intentó regresar a Moncloa, pero se le advirtió de que no era posible bajo ningún concepto. Después vino la etapa del CDS, en que se le negó el pan y la sal porque pretendía ser independiente en medio de un cosmos cada vez más agrio y polarizado. A todo ello se sumó el tronchamiento de la vida de su esposa y de una hija a consecuencia del cáncer. En ocasiones, he pensado si Dios no fue misericordioso con él permitiendo que pudiera seguir jugando al ping pong a la vez que ya no reconocía a nadie y, en su bondad, saludaba a los que lo visitaban con un beso. Con imperfecciones y limitaciones, su personalidad fue la de un verdadero caballero de la política que puso siempre a España por delante de cualquier consideración personal y que se negó empecinadamente a prometer a los votantes algo que no pudiera cumplir. Es para echarlo de menos.
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