Opinión
Del acoso y la indiferencia
Hijos de puta. Perros. Asesinos. Fuera fuerzas de ocupación. Votaremos. Las calles serán siempre nuestras... La gente rodeaba las casas cuartel, donde vivían las familias de los guardias civiles. La concurrencia cercaba los hoteles y paradores donde fueron alojados los agentes de refuerzo destinados a Cataluña. Varias veces al día la peña montaba fastuosos espectáculos de luz y sonido. Sirenas de bomberos incluidas. Añadidos al jaleo los propios bomberos separatistas, que llegaban hasta las puertas de los acuartelamientos con los camiones y uniformes que les pagamos entre todos. La masa acudía puntual a las actuaciones policiales, registros y detenciones, convocaba la parranda por redes sociales y en cuestión de minutos corría a advertir a los funcionarios que no permitiría el normal desarrollo de su trabajo. La multitud recibió a los antidisturbios en los colegios habilitados para la farsa «convencida de que era su derecho impedir la actuación policial, y por consiguiente exponiéndose a lesiones seguras y haciéndole incurrir en una conducta delictiva». La cita corresponde a la Abogacía del Estado, que acaba de pedir la imputación de 40 personas por resistencia a la autoridad, desobediencia grave, intimidación, desórdenes públicos y atentado a la autoridad después que esas mismas personas denunciaran lesiones durante las cargas del 1-O en la escuela Prosperitat de Barcelona. Había muchachada dedicada a seguir y grabar a los policías cuando paseaban. A fin de colgar sus fotografías en redes sociales e inaugurar el siempre bello ejercicio de identificar al enemigo para mejor cosificar y, si hay tiempo y ganas, léase ETA hasta hace tres días, proceder a su exterminio. A un agente que salió a retirar carteles de la pared de la Casa Cuartel por poco lo linchan. No sé si necesitamos añadir que los hijos de estos guardias civiles asistieron a los escraches amedrentados. «Muchas familias ubicaron los dormitorios de los niños en habitaciones que no daban a la calle. Ya uno está pendiente y con los nervios de que pueda haber otra agresión similar». Además, esto puede ser una escalada. A fin de cuentas «se genera una sensación de temor, cierta intranquilidad porque no se sabe si en esa masa hay alguien que quiera dar un paso más». Un agente contó que un tipo, después de grabarles con el teléfono móvil, «Nos llamó hijos de puta, nos dijo que nos íbamos a cagar, que nos iban a matar». Un mosso cuenta que fue herido durante el registro de la casa de Joan Ignasi Sánchez. «De las 700 personas que había 100 personas eran las que estaban más agitadas. Nos dieron patadas, empujones, puñetazos, a todos». Por contra una compañera suya declara sin ocultar su identidad. Podría haber difundido desde su teléfono las pensiones donde estaban alojados los policías y guardias civiles. No lo sé. No me acuerdo. Qué sabe nadie. El fiscal insiste. Las preguntas buscan la yugular. Marchena ordena un receso. De milagro no hemos terminado con una agente empapelada. Y así circula otro fastuoso día en la Arcadi de los diez mil escraches. Cuando la ciudadanía creyó prudente y necesario reclamar la plena soberanía de sus santos caprichos y no dudó en tratar de imponerla ante la cariñosa mirada de los binomios mimosín. Cuando medio país contempló entre aburrido y displicente el espectáculo de unos policías zarandeados, injuriados y amenazados y unos políticos empeñados en la secesión. Si total. Si ya los terceristas de toda España ya exhibieron aquel barullo moral, aquella miseria, cuando los gudaris asesinaban en nombre del pueblo vasco, ¿por qué iban a preocuparse con ocasión del 1-O, si apenas solo estaban en juego sus propios derechos políticos y la Constitución que los garantiza?
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