Opinión

Representación y liderazgo

La representación es una de las realidades más misteriosas de la vida política. ¿Por qué nos sentimos identificados con una propuesta, con un movimiento o con un partido político? ¿Por qué le confiamos la gestión del interés común? ¿Qué nos induce a pensar que este o aquel otro partido va a actuar conforme a lo que pensamos y a defender nuestros intereses?

Estas preguntas, siempre importantes, resultan aún más pertinentes después de la crisis, cuando los efectos de esta siguen estando presentes. De hecho, la crisis económica provocó una profunda crisis de la representación política, y uno de sus efectos ha sido una renovación total. Ninguno de los grandes partidos tradicionales ha salido indemne y, más sorprendente aún, tampoco está asegurada la capacidad de representación de los que han aparecido en tiempos recientes.

Entre los motivos de esos hechos está sin duda la incapacidad de responder a las crisis: a la crisis económica, por Rodríguez Zapatero, y a la crisis nacional provocada por la insurrección nacionalista, por Mariano Rajoy. A partir de ahí se ha abierto un terreno nuevo, en el que los partidos deben volver a suscitar la confianza entre los ciudadanos. Y uno de los terrenos en los que se juega esta restauración es el liderazgo.

En este punto, el problema fundamental de los partidos tradicionales es cómo convencer de que los nuevos líderes, los que sustituyen a los que destrozaron la confianza, representan algo que va más allá del interés propio: personal o si se prefiere, para ser menos crudo, partidista. Ocurre sin embargo que en el fondo y en la forma, la historia que cuentan estos nuevos líderes es más la historia de la readaptación de una organización a una circunstancia nueva que la de la respuesta al nuevo interés general, surgido a raíz de unas crisis a las que sus propias organizaciones no supieron enfrentarse.

Tampoco los «nuevos» líderes tienen garantizada la confianza. Esta no cuaja si los ciudadanos perciben que lo que buscan es la supervivencia propia, lo que se deduce de la cantidad y la intensidad de contorsiones que tienen que hacer para ganarse a una parte del electorado. En realidad, la única forma de volver a ganar la confianza es ofrecer una posición identificada con el interés común. En las circunstancias actuales de nuestro país, esto se llama España.