Opinión
¿Cuál debe ser el rol de los sindicatos?
Un sindicato no es más que una asociación de trabajadores para defender sus intereses en las negociaciones laborales con un empresario. Los sindicatos entroncan con la libertad de asociación que prevalece en toda economía de mercado: al igual que los consumidores de electricidad pueden agruparse para obtener mejores condiciones de su proveedor, los obreros pueden hacer lo propio frente a sus empleadores. Ahora bien, los afiliados de un sindicato deberían ser conscientes de que éstos no pueden conseguir todo lo que se propongan. Y es que, en un mercado laboral competitivo, el salario de un obrero tiende a converger con la «productividad marginal», es decir, con el valor añadido que genera ese trabajador dentro de la empresa. Si, en ese contexto, los trabajadores se sindican para exigir mejoras salariales (para exigir cobrar por encima del valor añadido que generan), lo único que conseguirán será o que aumenten los precios de las mercancías que comercializa esa compañía (reduciendo los salarios reales de aquellos otros trabajadores que compren esos productos) o que su empresa contrate a un menor número de trabajadores (condenando al paro a muchos ciudadanos). Que ocurra lo primero o lo segundo dependerá del grado de competencia al que se enfrente un empresario en su sector: si la empresa no es capaz de subir los precios (por la alta competencia), reducirá su demanda de trabajadores (más paro). Así pues, cuando los sindicatos pretenden utilizarse para ir en contra de la ley de la gravedad, sólo consiguen proporcionar beneficios a unos trabajadores a costa de empobrecer a otros. Acaso por ello, y salvo en sectores protegidos por el Estado frente a la competencia (estibadores, metro, controladores aéreos...), los sindicatos han entrado en declive: las empresas que los sufrían eran parasitadas y terminaban desmoronándose (el caso más paradigmático es el de General Motors en EE UU). ¿Quién querría formar parte de una agrupación que te termina condenando al paro? En la medida en que los sindicatos fueron volviéndose nocivos para los trabajadores, la única forma de lograr que subsistieran fue hipersubvencionándolos a costa de los contribuyentes, es decir, convirtiéndolos en filiales del Estado desconectadas de las necesidades de los obreros. Ello ha provocado un desencanto que queda constatado en el hundimiento de las tasas de afiliación (que en España han bajado desde el 17,1% al 13,9% durante la última década). No deberíamos pensar que, a día de hoy, los sindicatos no pueden desempeñar ningún papel valioso: continúan siendo útiles para facilitar la negociación colectiva y proporcionar a sus afiliados cierto poder de negociación que debería ejercerse de manera responsable. Los sindicatos que necesitamos para el siglo XXI no son sindicatos anticapitalistas, sino sindicatos libres y no subvencionados.
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