Opinión

¿Europa? ¿Qué Europa?

¿Se acuerdan de esos carteles que comenzaron a inundar a partir de los años ochenta rotondas, carreteras nacionales, caminos comarcales, polideportivos vecinales y hasta paseos marítimos con las siglas «FEDER»? Era el indicador –Fondo Europeo de Desarrollo Regional– que venía a recordarnos lo rentable de la integración en la UE para un país como el nuestro, no sólo por el refuerzo del sistema de libertades, sino también por el riego por aspersión de fondos comunitarios que como un maná contribuyó a cambiar el aspecto de una nación en vías de desarrollo, por el de otra que comenzaba a saludar la modernidad. Es cierto que suele valorarse lo justo por parte de la ciudadanía la importancia y el porqué de las ayudas europeas, máxime cuando en casos como el del citado «FEDER» la medalla siempre acababa en las solapas del partido gobernante en la diputación, ayuntamiento o comunidad autónoma de turno pero al menos se consiguió situar a la opinión pública española en cabeza de la vocación europeista. Hoy, pasados unos cuantos años y ya más cercanos a la condición de donantes en un club ampliado tal vez sin demasiados miramientos a la hora de repartir los carnets de socio, ese entusiasmo no sólo ha decrecido considerablemente sino que se ha tornado en indiferencia y creciente desinterés hacia algo que, curiosamente, habiendo transformado nuestras vidas se contempla lejano y casi ajeno a los intereses de nuestro día a día. Y en estas estamos, con la manifiesta apatía hacia unas elecciones que llaman a las urnas a 350 millones de europeos para cubrir 751escaños y que tal vez sean las más importantes de la historia, no tanto por lo que vaya a decidirse -que también- a lo largo de los próximos años en la eurocamara, como por lo que suponen de verdadero y autentico plebiscito a propósito de la fuerza real del europeismo que tanto nos ha aportado, frente a la irrupción de las opciones xenofobas, eurofobas, nacional populistas y extremistas que concurren a estos comicios precisamente para desde dentro, desde unas instituciones cuyo funcionamiento ni conocen ni pretenden conocer, llevar a cabo el dinamitado de todo el proyecto común de 500 millones de ciudadanos. La presencia de estas fuerzas, en algunos casos «euro frikis» dentro del parlamento continental puede ser clave por lo tanto, no sólo a la hora de pretender convertirlo en un mega circo de permanentes shows sesión tras sesión, sino por la posibilidad certera de que se pueda conformar una notable minoría de bloqueo. El Brexit ha sido la gran piedra de toque, pero ahora la amenaza se hace ya tan real como que no se trata únicamente de grupos nacionalistas concretos en determinados países, sino de estados concretos que en algún caso no tienen precisamente al europeismo por bandera. Los intereses de España nos escapan a la importancia de la cita y tal vez por ello se haga más necesario un último «arreón», no sólo para movilizar a un apático electorado, sino para hacerle ver que votar a extremismos para el parlamento europeo como gesto de castigo a los partidos convencionales es un boomerang que regresara desde Bruselas y Estrasburgo para golpear sobre todas nuestras cabezas. Estamos a tiempo.