Opinión
Doctor Alfredo y Míster Rubalcaba
Me caía francamente bien Rubalcaba. Lo conocí en los 90 pero empecé a intimar con él entrados los dosmiles. Nuestra relación se intensificó a raíz de un encuentro en el Ministerio del Interior en junio de 2006. Me invitó la tarde en que comenzaba la Copa del Mundo de Alemania. Lo que iba a ser una hora de charla se convirtieron en tres por mor de nuestra común afición: el fútbol en general y el Madrid en particular. «¿Por qué no te quedas y vemos el partido inaugural del Mundial?», me planteó al concluir nuestro tête-à-tête. He de decir que, aunque discrepáramos en lo ideológico, conmigo siempre fue encantador. Intuyo que se enfadó hará cosa de un mes cuando en La Sexta Noche recordé que el Gobierno de Zapatero refrendó en su puesto e incluso condecoró al comisario Villarejo. Rubalcaba eran dos almas en un ADN de tío listo donde los haya. Por un lado estaba el Doctor Alfredo con sentido de Estado que comprendía mejor que nadie la alternancia, la necesidad de un bipartidismo sólido al estilo de las democracias que mejor funcionan como la estadounidense, la británica o la alemana. Un tipo proclive a los grandes consensos, respetuoso con el adversario e impecable en las formas institucionales. Por otro, nos topamos con ese Mister Rubalcaba que no dudó en propiciar el chivatazo del Bar Faisán para salvar el diálogo con una banda terrorista ETA que terminaría, cierto es, anunciando el fin de los tiros, las bombas y los secuestros. Una maquiavélica forma de entender la política que pulveriza cualquier fundamento ético, estético y legal. El mismo Mister Rubalcaba que diseminó por Madrid la falsa tesis de los terroristas suicidas el 11-M y que contribuyó con su agitprop a acorralar las sedes del PP en plena jornada de reflexión. Como portavoz del Gobierno fue el mejor que recuerdo ex aequo con Josep Piqué. Lo cual no impidió que de su boca salieran lindezas como que el terrorismo de los GAL era «un invento de El Mundo» o ese mcarhtysta «veo todo lo que haces y oigo todo lo que dices» que espetó a Carlos Floriano en el Congreso. Luces y sombras de un personaje al que, al menos, hay que reconocerle nivelazo. Alfredo es uno de los últimos de Filipinas de una clase política con la que sí se demuestra aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor».
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