Opinión

Cómo los políticos destruyen riqueza

Que los políticos cuentan con un poder enorme sobre nuestras vidas y haciendas es algo que, a estas alturas, no deberíamos poner en duda: mediante los impuestos o las regulaciones, nuestros gobernantes poseen la capacidad de destruir un enorme volumen de riqueza con apenas un chasquido de dedos o con un par de líneas en el BOE. Los impuestos suponen parasitar una parte de los beneficios que han generado otros, mientras que las regulaciones ponen límites a las oportunidades de negocio que pueden ser explotadas por los empresarios para mejorar la calidad de vida de los consumidores. En las últimas dos semanas hemos tenido un ejemplo harto ilustrativo de este terrible poder de nuestros gobernantes: han bastado varios tuits de Trump –que ulteriormente fueron destilados en forma de ley– para que las principales empresas del planeta hayan reducido su capitalización bursátil en cerca de dos billones de dólares. En concreto, ha bastado con que el líder republicano anunciara que pensaba imponer nuevos y mayores aranceles sobre la importación de productos chinos para que los índices bursátiles de todo el globo se derrumbaran. ¿Por qué? Recordemos que, en líneas generales, la cotización de una compañía refleja el valor que se espera que vaya a generar para los consumidores a lo largo de los próximos años a través de los bienes y servicios que producirá.

Un fuerte incremento de los aranceles –como el que plantea Trump– supone una dolorosa disrupción de las cadenas de valor internacionales. No sólo se trata de que los consumidores estadounidenses vayan a pagar más por los bienes finales que se producen en China, sino que las compañías yanquis que adquieren parte de sus bienes intermedios desde el gigante asiático sufrirán un considerable aumento de sus costes de producción, lo que mermará su productividad y, por ende, su capacidad para generar riqueza. Eso es lo que ha reflejado la bolsa con su caída de estas dos semanas: que, si las tensiones comerciales prosiguen, la economía mundial dejará de crear durante los próximos años un valor equivalente a casi dos veces el PIB de España. Es decir, con apenas unas palabras y una orden ejecutiva, Trump ha destruido el equivalente a dos Españas. Y, al revés, si Trump diera marcha atrás en sus políticas proteccionistas, el conjunto del planeta recuperaría la capacidad de generar todo ese valor extraordinario. De hecho, durante los últimos días las bolsas han rebotado tímidamente después de que Trump anunciara sus planes de retrasar seis meses la implantación de aranceles sobre las importaciones automovilísticas procedentes de Europa y de Japón.

La «anécdota» de la destrucción de casi dos billones de dólares a cuenta del último giro político de Trump debería llevarnos a reflexionar, sin embargo, sobre todas aquellas otras restricciones fiscales y regulatorias que, al formar parte de nuestro statu quo, ni siquiera cuestionamos abiertamente pese a que suponen un rigidísimo corsé a nuestra capacidad para generar riqueza y, por tanto, a nuestra capacidad para mejorar nuestro bienestar. Necesitamos menos aranceles, sí; pero también menos regulaciones y menos impuestos. En suma, menos políticos que en un abrir y cerrar de ojos puedan empobrecernos a todos.