Opinión

Un mundo con saltimbanquis

Como el siglo XIX y parte del XX estaban todavía deslumbrados por la luz de las palmatorias ilustradas que decía Jacques Lacan, el mundo medieval les parecía un mundo de tinieblas, pero siempre hubo quien escarbó un poco más en ese mundo, como pongamos por caso Don Carlos Marx, y dio con toda una serie de formidables y metódicos discutidores y, por lo tanto, de desveladores de muchas verdades, pero también de inventores de muchas trampas mentales o verbales de las que es muy difícil escapar.

Pero, si nos fijamos en sus vidas ¿cómo es posible que todavía nos hagan reír o sonreír? Son vidas muy breves, con escasas comodidades incluso entre los adinerados, y se supone que frecuentemente temblando ante el hecho que la guerra, la delincuencia o la peste se acercase a la casa propia en cualquier momento; y luego estaba pintada a veces en la iglesia la amenaza de un más allá del mundo que no era seguro que no estuviera lleno de los más atroces barbaries que el pintor pudiera imaginar. Aunque desde luego había allí otras pinturas o imágenes de piedra que eran la cara de lo risible bufonesco de la vida y de la muerte, o el rostro mismo de la alegría.

François Villon cuenta que su madre iba los días de asueto a ver las pinturas de los bienaventurados en el cielo y los castigos de los malvados en el infierno, y pasaba el rato estupendamente con sus amistades, como si fueran al cine o a ver la televisión, por lo menos los días que no tenía otro entretenimiento de calle o de escenario, y no se jugaba al ajedrez o a los dados y los naipes, a los recios juegos de fuerza, o bailes y recitaciones, y reuniones para comer y beber. Y no nos consta que tuvieran un apesadumbrado sentido de la vida. A nosotros nos parece que aquellos hombres y mujeres debían de estar tristes, desesperados con vidas tan cortas que nos aterran a nosotros, y a ese tiempo tan contraído tenía que ajustarse desde la niñez a la vejez, la riqueza y la pompa mundanales, que eran tan breves como las pompas de jabón, pero eran vividas como enormes triunfos de gran duración, que quizás es lo que piensen generaciones futuras de nuestros orgullosos logros el día de mañana. La única duda es si las futuras generaciones estarán más llenas de dialéctica y de alegría. No lo sabemos.

Lo que sí sabemos es que, pongamos por caso en la literatura, hasta el tiempo de Renacimiento no aparecen como atendibles protagonistas de una obra literaria un loco o un pobre idiota, mientras en nuestro tiempo casi solamente son literariamente valoradas las perversidades y de cualquier clase admiramos cualquier necedad, mientras que nos resulta insufrible el ejercicio de la inteligencia y hasta en sus juegos como la ironía. Y ni siquiera nuestros jovencitos, a quienes hemos enseñado el desprecio de los libros y el saber, son capaces de comprender como sus colegas del siglo XIII que se les está tomando el pelo cuando se alguien les promete la justicia o la libertad, meros nombres universales sin ninguna clase de contenido real, porque lo único real son los hombres justos y libres.

Los aspectos lúgubres de la vida medieval eran superados gracias a la sensibilidad religiosa que llenó de esperanzas y alegrías el corazón de las gentes con las pinturas y esculturas de tiovivo, payasos y saltimbanquis que eran tumbados mil veces y otras tantas se levantaban, de modo que la vida siempre triunfaba; algo bien distinto a la sensibilidad religiosa del barroco que vistió a Europa de negro. Pero, si en el siglo XVII las grandes casas buscaban un cocinero no calvinista para que no se le cortaran las salsas, ¿qué ha ocurrido, luego que no sabemos ya qué es la alegría, y ni siquiera aventuras y placeres de este mundo, ni saltimbanquis que nos recuerden que siempre vamos a caer de pie?