Opinión

El Líbano apuesta por las incineradoras

El país ha puesto en marcha un gran plan de infraestructuras para deshacerse de la basura que se agolpa en las principales ciudades. Sin embargo, expertos europeos desestiman la solución y grupos conservacionistas alertan del peligro que estos residuos representa para el cercano Mar Mediterráneo.

Soulaima Chamat es lo que se dice una luchadora de las causas

perdidas. Desde hace dos años lidera la Coalición de Gestión de Residuos (WMC),

que engloba varias organizaciones medioambientalistas y partidos políticos

civiles. El objetivo, nada más y nada menos, es promover la concienciación

ciudadana sobre el reciclaje -en un país donde los contenedores de vidrio,

cartón y plástico se cuentan con los dedos de una mano-, y advertir de las

peligrosas consecuencias para la salud y el medio ambiente que traerá al Líbano

la implementación de incineradoras, un proyecto multimillonario que se aprobó

en octubre de 2018 en el Consejo de Ministros y por el que el gobierno libanés

ha pedido un préstamo al Banco Mundial de más de mil millones de dólares. “Las

autoridades de Beirut pretenden adquirir tres incineradoras, que “cada una

costará unos 375 millones de dólares”, alerta a LA RAZÓN Chamat.

A pesar de que la Unión Europea en un estudio sobre el uso de

incineradoras en el Líbano, publicado a finales de 2018, advierte de que el

país del Cedro no tiene la capacidad ni la tecnología ni los expertos para la

incineración de residuos sólidos orgánicos, “el gobierno sigue adelante con el

plan”, lamenta la medioambientalista. El documento de la UE, al que tuvo acceso

LA RAZÓN, especifica que para una exitosa puesta en marcha de incineradoras es

necesario “un sistema avanzado de gestión de desechos que se basa en la

recolección y tratamiento por separado de diferentes tipos de desechos en

vertederos controlados”. Además, para la incineración de residuos sólidos se

requiere materia prima adecuada. “No sirven los materiales con alto contenido

orgánico ni húmedos ni con contenido inerte no regulado”, indica la UE.

A este respecto, Chamat advierte de que en el Líbano “hay más de

1.000 basureros ilegales donde va el 50% de la basura que se quema al aire

libre cada semana, y sólo el 5% se deposita en los vertederos municipales que

no cumplen con las normativas medioambientales”. La problemática se remonta al

caluroso y pestilente verano de 2015, cuando miles de personas salieron a las

calles para exigir al Gobierno que diera una salida a la crisis de las basuras

porque, las bolsas de basura estaban, literalmente, engullendo a la ciudad de

Beirut.

El cierre del vertedero más antiguo de Beirut, Naameh, que se

abrió temporalmente en 1997, recibía los residuos orgánicos, no orgánicos y

químicos de toda población de Beirut, alrededores y de Monte Líbano, por lo que

rebasó su capacidad antes del tiempo previsto. Los vecinos de la zona, cansados

del mal olor, de tener como vistas montañas de basuras y de haberse detectado

casos de problemas respiratorios agudos exigieron la clausura definitiva del

vertedero. En consecuencia, la municipalidad finiquitó el contrato de la

empresa que se encargaba de la recogida, Sukleen, y las bolsas de basuras se

atrincheraron por semanas en las calles de Beirut. Así que el vertedero de Naameh

reabrió al 50%, los empleados de Sukleen recuperaron su trabajo y el resto de

los residuos fueron a parar al vertedero de Costa Brava, junto al aeropuerto

internacional de Beirut, a orillas del Mediterráneo oriental.

La situación empeoró y los pilotos de los aviones comerciales se

quejaron de que se jugaban la vida y la de los pasajeros al despegar porque

tenían que esquivar a las gaviotas para no estrellarse. Entonces, lo que se le

ocurrió al ejecutivo libanés para atajar el problema de qué hacer con los

residuos orgánicos fueron las incineradoras. La municipalidad de Beirut vendió

el proyecto a los ciudadanos como la mejor solución para “matar dos pájaros de

un tiro”. Por un lado, se incinerarían los residuos orgánicos, mientras que,

por el otro, se generaría energía eléctrica para que los libaneses ya no

tuvieran que seguir sufriendo los apagones de tres a seis horas diarias.

“Son

argumentos absurdos”, denuncia la activista de medio ambiente. Según explica,

la ciudad de Beirut “produce 6500 toneladas al día de residuos sólido urbanos y

la cantidad mínima para generar energía son 7500 toneladas. Esto significa que

tendríamos que generar aún más basura en vez de reducirla si queremos generar

energía”. Chamat advierte de que aproximadamente el 50% de los residuos sólidos

urbanos del Líbano consiste en material orgánico de bajo valor calorífico, en

otras palabras, que la incineración de los desechos no serviría para crear la

energía necesaria para generar electricidad sino que además habría que comprar

gasolina para poner en marcha los generadores. “En lugar de incineradoras por

qué no tratamos de minimizar los desechos, aumentar las tasas de reciclaje y

tratar biológicamente los desperdicios orgánicos”, exclama la

medioambientalista.

Si bien el nuevo plan estratégico para la gestión de residuos

pasa por la puesta en marcha de incineradoras, el gobierno libanés no tiene

nada previsto a corto plazo para gestionar las basuras. Desde que se apruebe el

presupuesto, salga a licitación las empresas, se envíe el material para

ensamblar y se instalen las incineradoras podrán transcurrir al menos 4 años.

“El gobierno no quiere aplicar un sistema de manejo de residuos sostenible. De

reciclaje. Todos los partidos políticos están a favor de las incineradoras para

ganar dinero”, denuncia, por su parte, Paul Ali Rashid, de la organización

Terre Liban. “La idea es sacarle el mayor provecho económico pero no solucionar

el problema de la basura, se trata de un proyecto de corrupción a gran escala,

organizado por este gobierno-mafia”, critica el ecologista libanés.

Human Right Watch advirtió en su escalofriante informe “Como si

estuvieras inhalando tu propia muerte”, publicado en 2017, que un promedio de

1.500 personas enferman al año por patologías relacionadas con la contaminación

del aire como el cáncer de pulmón, la bronquitis crónica o el asma. Datos que

corroboró el año pasado el ex ministro de Salud, Ghassan Hasbani, que aseguró

que “más de 6.000 personas están siendo tratadas en los hospitales por

enfermedades derivadas de la actual crisis de la basura. El agua contaminada, y

la inhalación de emisiones de CO2 son de las principales causas de cáncer y

problemas cardíacos en el Líbano", dijo.

“Nosotros

hemos realizado un estudio sobre la contaminación del agua y del Mar Mediterráneo

también y los hemos presentado a las embajadas europeas. Los gobiernos europeos

son tan culpables como el libanés porque ven lo que está pasando en el Líbano y

no hacen nada”, se queja Ali Rachid. La basura literalmente está invadiendo al

Líbano. Sin un control de la población ni de los espacios por el alto número de

refugiados que hay en el país, los residuos sólidos se echan en cualquier lado.

Junto al río Litani, en las explanadas, en los campamento de refugiados, en las

laderas de las montañas y junto al mar hay montañas de basura.

En el puerto pesquero de Karantina se ha formado un archipiélago

de basura, que además de residuos sólidos hay restos químicos de un antiguo

vertedero que empezó a funcionar también después de la guerra civil (1975-90).

“Aquí ya no se puede pescar, el agua está contaminada. La montaña de basura

está reventado el ecosistema, el Mar Mediterráneo que nos pertenece a todos.

Solo se puede aprovechar cuando hay corrientes de agua o nos toca salir a

faenar en alta mar”, lamenta a LA RAZÓN un pescador de Beirut.

El descontrol de los desechos sólidos urbanos e industriales,

que muchos de ellos terminan en el mar, no sólo afecta al medio ambiente y

ecosistema del Líbano sino a todo el sur de Europa, porque el Mediterráneo es

herencia de todos.