Opinión

Las consecuencias de los pactos

Si Pablo Casado y Albert Rivera pudieran rebobinar sus decisiones y regresar al pasado quizás no actuarían como lo hicieron en Andalucía. La tentación de sustituir al PSOE en la Junta de Andalucía después de 36 años fue muy grande, y si para conseguirlo había que pactar por encima y por debajo de la mesa con Vox, el precio no era tan alto. Sin embargo, las consecuencias de aquel pacto han sido nefastas para PP y Ciudadanos. Si ya de por fue un error, la foto de Colón vino a consolidar el relato del desplazamiento de ambos partidos a la derecha siguiendo la estela de Abascal. A ambos hitos hay que añadir las primeras y sonadas actuaciones de Vox en el Parlamento andaluz, pidiendo listados de las trabajadoras de servicios sociales que atienden a las víctimas de violencia de género.

Las consecuencias las parecieron en sus propias carnes, primero el 28 de abril y después el 26 de mayo, el PP y Ciudadanos, y sus diferentes candidatos en comunidades y ayuntamientos. De alguna manera el éxito de conseguir el gobierno de Andalucía supuso, especialmente para el PP, el colofón a la crisis larvada que vivía la organización desde el estallido del «caso Gürtell». Un éxito dio lugar a un sonoro fracaso y viceversa. Para Pedro Sánchez, el fracaso del PSOE en Andalucía, ganando las elecciones pero perdiendo el gobierno a manos de dos partidos aliados con la extrema derecha, supuso un aldabonazo perfecto para movilizar el electorado de centroizquierda.

Y es que los acuerdos políticos y de gobierno tienen consecuencias, máxime cuando se hacen con partidos que ponen en peligro valores democráticos plenamente asumidos por la mayoría social. Quizás esa sea una las enseñanzas que deberían aprender los protagonistas de las negociaciones y pactos que tendrán lugar. Si ya tuvimos una campaña electoral, monopolizada por el debate sobre con quién pactaría cada organización tras las elecciones, es evidente que los próximos cuatro años vamos a asistir al recordatorio permanente, adornado de todo tipo de reproches, sobre con quién ha pactado cada organización y gracias a qué votos se mantiene cada gobierno. Por lo tanto, será imposible que el debate sobre los pactos se diluya con el paso del tiempo.

Pero lo más grave pueden ser las consecuencias en políticas concretas de algunos de esos acuerdos. Por ejemplo, qué supondrá en términos de convivencia que haya concejales de gobiernos municipales que en lugar de abogar con la integración de los inmigrantes, lo hagan por la exclusión. O qué consecuencias tendrá que entren en gobiernos autonómicos o locales partidos que siguen humillando, por acción u omisión, a las víctimas del terrorismo. O cómo se podrá desprender un partido del permanente reproche de que ha sido apoyado por aquellos que pretenden la independencia de una parte de España. Claro que tendrán consecuencias esos posibles pactos, aunque no hay procesos electorales a la vista, y los efectos en unos casos los sufrirán los ciudadanos y en otros la propia coherencia de las organizaciones políticas.