Opinión
El final de la partida
Entramos en el mes en que se decide el futuro político de España entre la indiferencia general y con media España de vacaciones o preparando la maleta. No sólo quedará fijado el poder regional, con puntos calientes de tanto significado como Madrid y Navarra, sino también prefigurado el Gobierno de la nación. Asistimos en este caso al final de una partida con las cartas marcadas. Pedro Sánchez tenía claro desde la noche electoral, o desde antes, con quiénes contaba para seguir en La Moncloa. No pensaba cambiar de compañeros. Seguiría, quizá con leves variantes, con los que le han acompañado en la etapa provisional anterior –podemitas, nacionalistas, separatistas...–, con los que ha ido tejiendo una red de complicidades, promesas y compromisos. Su inclinación natural es hacia la izquierda, sin importarle el contrasentido de considerar de izquierdas a los nacionalistas supremacistas. El «sanchismo» es el heredero natural del «zapaterismo». En ningún caso, a pesar de tantas especulaciones e incitaciones como se han hecho, ha pensado en apoyarse en la derecha. Lo de Ciudadanos ni se le ha pasado por la cabeza. «¡Con Rivera, no!», le gritaron a coro las bases la noche electoral. Sobraba la advertencia. Su socio preferido, a pesar de todo, ha sido y es Pablo Iglesias.
Así que lo único que faltaba era poner precio a esta valiosa colaboración social-comunista. Y en eso se está. Descartado el Gobierno de coalición con el propio Iglesias en la mesa del Consejo de ministros –un riesgo evidente para la estabilidad socialista y para la del propio Sánchez–, en Moncloa se han inventado la fórmula de Gobierno de cooperación, con algunas figuras de la órbita podemita en atractivos cargos de la Administración, y un programa común socialmente progresista hasta donde permita Bruselas. Jugando a tahúr del Mississippi, Sánchez le ha dicho al de la coleta: «O aceptas la oferta o elecciones en otoño, tú veras». Y a Pablo Iglesias le han temblado las carnes. Sólo le queda el regateo hasta el último minuto. Es poco realista pensar en una espantada –¡la segunda!– digna y heroica, que conduciría a nuevas elecciones y al regreso del bipartidismo. Los presos catalanes, por la cuenta que les tiene, harán el resto. La abstención de sus partidarios en la sesión de investidura, sobre todo los de ERC, está prevista, lo mismo que el precio exigido. Lo ha adelantado Zapatero preparando el terreno y cabreando a los jueces del Tribunal Supremo. La interferencia del padre político de Sánchez, al que le sale mal todo lo que toca, siembra la única duda sobre el final cantado de la partida.
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