Opinión
Nuevas elecciones
Hacer pronósticos en esta nueva etapa pluripartidista se ha convertido en un deporte de alto riesgo, sólo comparable al puenting, la caída libre o el wingfly. Lo que parece que va a ser, luego no es y lo que se antoja imposible, acaba siendo. Dicho todo lo cual acepto el reto que me plantea LA RAZÓN. Y lo haré tirando de ese sentido común que, en contra de lo que sostiene el dicho popular, te asegura más opciones de acierto que de fallo porque es el más común de los sentidos. Y para ello comenzaré poniendo encima de la mesa un perogrullesco dato que lo dice todo: Pedro Sánchez no obtuvo esa mayoría absoluta que analizando la euforia mediática del 28 de abril parece que tuvo.
Se quedó en 123 escaños, los mismitos que Mariano Rajoy cuatro días antes de la Nochebuena de 2015. Ni uno más, ni uno menos. El pontevedrés de Santiago, que se las sabe todas, no quiso siquiera caer en la tentación de someterse a la investidura. Lo pusieron a parir. Le llamaron de todo y por su orden. No se le escapaba que el remedio de intentar gobernar con 123 escaños era mucho peor que correr el riesgo de que Sánchez le adelantara por la izquierda con Rivera de copiloto. Claro que siempre estaban, y estuvieron, los tontos útiles de Podemos para echarle una mano en caso de apuro.
Resistió al más puro estilo camiliano y ganó los siguientes comicios de junio de 2016 con 14 escaños más que los obtenidos medio año antes. Tuvo la tentación de ir a nuevas elecciones en otoño porque las encuestas le otorgaban hasta 150 representantes en la Cámara Baja. No se atrevió, gobernó con lo que tenía y acabó como acabó porque 137 también es poca chicha. Todo eso lo tiene muy presente un Pedro Sánchez al que se le podrá negar el pan y la sal pero no una astucia importante. El socialdemócrata presidente ha chuleado a Pablo Iglesias porque es consciente mejor que nadie del dolor de muelas permanente que supondría tener empotrado en su Gobierno al sujeto, a su compañera sentimental, a un Pablo Echenique que es más malo que la quina o a un Alberto Rodríguez con menos luces que un barco pirata. Por no hablar del daño estructural que causaría en el edificio socialista un acuerdo de gobernabilidad en el que necesariamente han de estar activa o pasivamente los golpistas. Sin riesgo no hay gloria. Y si algo ha demostrado el arrendatario de Moncloa es que de osadía va sobrado.
✕
Accede a tu cuenta para comentar