Opinión
Ni puede ni debe abstenerse
No es preciso ser premio Nobel de Economía, tampoco licenciado por Harvard, menos aún Rappel, para colegir que dada la correlación de fuerzas lo mejor que nos podría acontecer es un Gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos o una abstención que dejaría a un tan mayoritario como minoritario Pedro Sánchez en Moncloa pero contra las cuerdas. Sería el mal menor teniendo en cuenta que el mayorcísimo pasaría por un Ejecutivo con presencia de los comunistas bolivarianos de Podemos, con los Ceaucescu de Galapagar dictando el destino de los 46 millones de españoles. No nos hagamos trampas al solitario: en un Gobierno sin mayoría absoluta normalmente mandan los pequeñines que lo sostienen. Ejemplos hay para dar y tomar: el último de González y el primero de Aznar, con Pujol jibarizando el Estado en Cataluña, y el segundo de Rajoy, con los peneuvistas asfixiando el erario central como si no hubiera un mañana. Por no hablar de lo que sucede en numerosas comunidades y en cientos de ayuntamientos, donde quienes tienen un diputado o un concejal intentan imponer su voluntad como si acumulasen mayorías absolutas modelo Felipe González. Mismamente, La Rioja, donde la única parlamentaria morada, la tal Raquel Moreno, pretende ¡¡¡tres consejerías!!! de ocho. Montero, Echenique, Mayoral o quienesquiera que cuele Iglesias en el Consejo de Ministros son para echarse a temblar. El elefante en la cacharrería, al zorro en el gallinero y al dóberman en la camada de gatitos. Son una banda, como acertadamente les bautizó ayer Albert Rivera. En la vida hay bandas de competentes y de incompetentes; desgraciadamente, para la calidad de nuestra democracia estamos en el segundo supuesto. Sin olvidar que son la banda menos de fiar de toda la historia del mal. ¿O qué, si no, son Podemos y sus primos hermanos, Bildu y ERC? Sobra decir que la abstención de Rivera o la de Casado, o las dos a la vez, nos evitarían el trance de tener empotrados en el sanedrín del poder político con mayúsculas a sujetos a sueldo del narcoasesino Nicolás Maduro y del líder supremo de una teocracia que niega la igualdad del hombre y la mujer y los derechos de los homosexuales. A un gang que está a favor de la independencia de Cataluña porque son conscientes de que cuanto peor le vaya a la España del 78, mejor les irá a ellos. Y no es menester tampoco recordar lo más perogrullesco: que Sánchez y su banda se cargarán la economía en tiempo récord haciendo bueno a Atila Zapatero. Rivera ha soportado con dignidad la asfixiante presión de un Ibex 35 que es plenamente consciente de que con estos mimbres la cesta de la economía contendrá más paro, nueva recesión y déficit bananero. Casado ha hecho tres cuartos de lo mismo cuando Rajoy le ha planteado devolver al PSOE el favor que le hicieron en 2016. Y ambos tienen razón. Con un Sánchez que va de la manita de proetarras y golpistas, no se puede ir ni a heredar. Ninguno de los votantes de PP y Cs, que al fin y al cabo son los mismos, lo entendería. Cuestión de principios. Y, además, qué diantres, ¿no vociferaba «no es no» en el otoño de 2016 cuando nos presentaba la abstención poco menos que como un crimen de lesa humanidad? En este caso el deber y el interés son lo mismo. El interés de Rivera y Casado, su lógico egoísmo personal, les invita a no caer en la tentación de una abstención que sería interpretada por los suyos como una rendición. Pero es que, además, su deber pasa por no garantizar con sus sufragios la Presidencia del caudillo de un Frente Popular que está provocando que a la España constitucional no la reconozca ni la madre que la parió, que diría Alfonso Guerra.
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