Opinión

Condiciones simplicísimas

Hace ya tiempo que los periodistas más sensibles soportaban mal dos atribuciones del público: que se les tuviese por «expertos», y de no ser neutrales en sus noticias, a lo que los antiguos periodistas anglosajones respondían que ese calificativo de expertos significa realmente saber todo sobre nada, y éste era un peligro fácil de conjurar no sólo por comprobación de nuestros grandes espacios de ignorancia sino porque un noticia no es un saber sino construcción de una noticia era bastante compleja y, una vez establecida la confianza de su fuente, para percatarnos de su dimensión, consistencia y alcance y luego valorarla, acudíamos a un entendido en el ámbito del saber de lo ocurrido, y una vez instruidos sobre todos sus extremos, nos decidíamos a ofrecer la noticia bien asentada sobre sus razones de ser: el qué, el cuándo, el dónde, el cómo y rarísima vez el por qué, ya que rara vez éste puede ser otra cosa que el resultado de un juicio, no un dato.

Así las cosas, la noticia, tras todas estas consultas, quedaba confirmada en cuanto a su acaecimiento y su alcance objetivo, como un hecho entre otros hechos, aunque, desde luego, quedaba el asunto de su expresión, teniendo en cuenta que, como decía Mandelstam, la filología y la gramática son un asunto moral. Y no pequeño, pero que el lector de una noticia nunca ve. Como tampoco ve, ni puede comprobar, la otra lucha moral por la simple verdad de lo ocurrido; y exigirá al periodista, objetividad y neutralidad, como si las noticias dependiesen de una actitud psicológica y moral, y la objetivividad no estuviese en el plano del correcto conocimiento de los hechos y la neutralidad no fuese un juicio sobre lo sucedido.

Es decir, yo puedo contar que he visto desaparecer una pequeña ciudad o aldea bajo un bombardeo o he presenciado el castigo rutinario a un golfillo por parte de la policía de los camaradas siberianos, que consistía en arrojar un par de cubos de agua sobre aquél que le dejarían instantáneamente cristalizado en hielo como la figurilla de un pisapapeles. Pero esta noticia todavía no sería tal, sin señalar la indubitable maldad moral de lo ocurrido, especialmente en sociedades que, a falta de una norma moral objetiva, un crimen puede justificarse hasta con una tradición cultural, una ideología triunfante y, si pudiera darse, con una ideología de la libertad.

La objetividad que se requiere a un periodista o a un historiador, es un asunto de hechos y no de explicación de los mismos, y su misma realidad queda ofrecida en el relato de la vieja fábula de Esopo sobre el lobo y el cordero en la que el primero, situado rio arriba, justifica su ataque al cordero porque le ensucia el agua. Pero, si el cordero fuera realmente quien ensuciara el agua al lobo, esto es lo que habría que relatar, sin añadidos explicativos que pudieran afectar al hecho, pero incluso deberemos informar de nuestros prejuicios y parcialidad intelectual y sentimental a favor del cordero. No se puede exigir al historiador o periodista que prescinda de sus propias valoraciones intelectuales y querencia existencial, con tal de que estemos al tanto de ellas, y es claro que no es posible relatar los sucesos acaecidos e históricos con la indiferencia con que se describe el teorema de Pitágoras, pero es inexcusable exigir, de manera escrupulosa, la lealtad con los hechos.

Una actitud distinta a esta escrupulosa fidelidad será manipulación de la realidad mediante su interpretación o juego ideológico y moral para construir una opinión. Esto es, ejercer el papel de ingeniero de mentes y de almas, que era la idea del señor Stalin para el escritor y el historiador, y que parece haber sido aceptada un poco por todas partes.

Pero está claro, que el rechazo de una lengua, conformada en cualquier sentido, o lengua de madera como dicen los franceses, y ceñirse estrictamente a la exposición de los hechos, sin interpretación ni adjetivos, es lo que resulta ser una noticia.