Opinión

Disparatadas autonomías

Hace unos días regresé de un viaje en automóvil por Estados Unidos. En esas jornadas, inolvidables por muchas razones, atravesé siete estados y tuve ocasión, por enésima ocasión, pero de manera acumulada, de examinar de cerca el sistema federal. No voy a aburrir al lector contándole cómo funciona, pero sí he de señalar que, una vez más, me obligó a reflexionar sobre el sistema autonómico español. Durante cuatro décadas, sus defensores han insistido en los más diversos argumentos para justificarlo, argumentos que iban de la supuesta razón histórica a la reparación de males imaginarios o al deseo de acabar con el terrorismo o de integrar a los nacionalistas en el entramado democrático.

No deseo hacer sangre con el tema de los nacionalismos, pero, sinceramente, no existe causa histórica para la creación de una CCAA catalana o vasca por no referirnos a la murciana, la riojana o la manchega. Pero es que no menos importante que esa circunstancia resulta el hecho de que, por razones territoriales o demográficas, es un costosísimo dislate dividir España en diecisiete pedazos con sus respectivos gobiernos, parlamentos y administraciones. Puede comprenderse que la Florida con una longitud de norte a sur equiparable a la de España sea un estado dentro de una federación.

Puede entenderse de un Texas que, de ser independiente, sería la quinta potencia económica mundial o una California que, en la misma situación, sería la séptima, pero ¿Cataluña, Aragón, Galicia...? ¡Seamos razonables! A día de hoy, ni la administración, ni el coste ni la estabilidad justifican la existencia de las CCAA. La única razón –confesémoslo– son los centenares de miles de pesebres nacidos en el seno de las autonomías. ¿Cómo viviría tanto consejero, parlamentario, funcionario si se suprimieran las CCAA? ¿Qué sería de los medios de comunicación o de los editores de obras en lenguas vernáculas o de los subvencionados sin CCAA? En otras palabras, mantenemos el sistema no por el bien común, sino por los beneficiarios del mismo.

Soy de los que piensan que lo peor casi siempre no es el error sino persistir en él. Precisamente por ello, deberíamos pensar seriamente en una reforma constitucional que liquide el sistema autonómico y nos lleve a un modelo de administración territorial como el francés. Francia es una nación más extensa y poblada que España, tiene catalanes y vascos y todo indica que está mejor administrada. Deberíamos pensarlo.