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Opinión

España se frena

Los economistas venimos hablando de desaceleración económica desde hace algo más de un año: por avatares del destino, el plazo coincide aproximadamente con la llegada a La Moncloa del socialista Pedro Sánchez, pero las causas de fondo son otras. Hace doce meses, lo que estaba frenando a la economía mundial –y, por tanto, también a la española– era una coyuntura caracterizada por el alza global de los precios del petróleo y de los tipos de interés. Petróleo y tipos de interés son los dos talones de Aquiles de nuestra economía, puesto que somos muy dependientes de las importaciones de crudo y, pese al notable esfuerzo que hemos efectuado para desapalancarnos durante la última década, todavía seguimos cargando con un importante volumen de deuda. De ahí que, por ejemplo, en el tercer trimestre de 2018 nuestro PIB apenas se expandiera a un ritmo intertrimestral del 0,5%, el más bajo desde el inicio de la recuperación.

Sin embargo, durante los siguientes meses el panorama comenzó a cambiar: el miedo a una desaceleración global hizo que el precio del petróleo se hundiera y, a su vez, los bancos centrales empezaron a moderar su mensaje sobre posibles subidas futuras de tipos. La conjunción de ambos factores le sentó sorprendentemente bien a la economía española, que pasó a crecer un 0,6% en el cuarto trimestre de 2018 y un 0,7% en el primero de 2019. El fantasma de la desaceleración se alejaba.

Pero hete aquí que, durante el segundo trimestre de 2019, Trump lanzó su guerra comercial a gran escala contra China y, desde entonces, el crecimiento mundial, y muy particularmente el europeo, ha comenzado a ralentizarse. Aunque pueda parecer llamativo que un ataque de EE UU contra China golpee de lleno a Europa, no lo es tanto si tenemos en cuenta que el Viejo Continente tiene –a través de Alemania– un fuerte sector exportador de manufacturas. Y, justamente, las manufacturas son las que más están sufriendo con la guerra comercial.

La contracción de la actividad manufacturera global se ha traducido, de hecho, en una reversión de las dos tendencias iniciales que estrangulaban el crecimiento económico mundial a mediados de 2018: el precio del petróleo se ha abaratado –por la menor demanda– y los tipos de interés están por los suelos –en parte, porque los bancos centrales han vuelto a recortarlos–. Pero, en esta ocasión, la desaceleración internacional motivada por la guerra comercial está resultando tan intensa que ni siquiera un petróleo barato y unos tipos de interés bajos han conseguido compensarla en el caso de nuestro país. Y es que el PIB español apenas se ha expandido un 0,5% durante el segundo trimestre de 2019: menor vigor del consumo interno y, sobre todo, menor inversión empresarial –que incluso decrece un 0,2% frente al trimestre anterior–.

De mantener este ritmo durante el resto del año, España apenas crecería un decepcionante 2%: una tasa que, como ya comprobamos con los malos datos de la EPA del segundo trimestre de 2019 y también de paro registrado en el reciente mes de julio, pondría seriamente en riesgo nuestra capacidad para generar empleo.

Puede que la responsabilidad de la desaceleración no sea de Sánchez, pero la inacción ante la desaceleración sí le es enteramente atribuible. Nuestra economía necesita de medidas dirigidas a reflotarla y el Ejecutivo socialista no está en posición de ofrecer ninguna.

Nuevos aranceles contra China

El acuerdo comercial entre China y EEUU parece que no avanza y, aprovechando la coyuntura, Trump ha decidido instrumentar el desafecto en presionar a la Reserva Federal para que siga

bajando los tipos de interés. A saber: cuanto peor vaya la economía global, más razones tendrá Jerome Powell para disminuir tipos en la intensidad deseada por Trump –el recorte de 25 puntos básicos que Powell anunció el pasado miércoles no satisfizo ni de lejos al mandatario estadounidense–. Por eso, el republicano amenazó esta semana con imponer nuevos aranceles sobre China a partir del 1 de septiembre, una posibilidad que agravaría la recesión manufacturera global y que nos perjudicaría a los españoles de lleno. Sería muy deseable que Trump dejara de jugar con la economía global para maximizar sus opciones de reelección.

Ayuso, nueva presidenta de Madrid

El acuerdo entre PP, Cs y Vox garantiza que Isabel Díaz Ayuso ocupará la presidencia de la Comunidad de Madrid durante los próximos cuatro años. La popular llegará al cargo después de la nefasta etapa de Cifuentes y del anodino período de Garrido, de modo que tendrá que esforzarse por volver a seducir a todos aquellos votantes que el PP ha perdido durante la pasada legislatura. Ayuso dice apostar por un programa de gobierno liberal, el cual desde luego encajaría con las preferencias de buena parte del electorado madrileño. De ser así, bajar impuestos, mantener a raya el gasto, liberalizar la legislación urbanística o facilitar la libertad de elección en materia educativa y sanitaria deberían convertirse en los ejes de su política económica y social durante sus años de gobierno. Esperemos que así sea.

Calviño, fuera de la carrera por el FMI

Al final, Nadia Calviño no será la candidata europea a presidir el Fondo Monetario Internacional, sino la búlgara Kristalina Georgieva. Puede que algunos quieran leer la noticia como un fracaso de la diplomacia española —y es posible que en gran medida sea así—, pero lejos de fustigarnos convendría atender a la parte positiva que posee: de haber salido elegida Calviño, es muy probable que la ministra de Hacienda en funciones, María Jesús Montero, hubiese ocupado la vicepresidencia económica única de un próximo Gobierno socialista. En tal caso, la política económica de un futurible Ejecutivo de Pedro Sánchez habría virado desde un perfil relativamente técnico a uno fuertemente ideologizado. Ante el riesgo más que cierto de empeorar gravemente lo presente, mucho mejor que Calviño siga al frente del Ministerio de Economía español.