Opinión

Palabras

Las palabras son el inicio de todo. Hitler lo sabía en su discurso ante el Reichstag en septiembre de 1939, al igual que Milosevic en su discurso de Gazimestán de junio de 1989, así como Stalin en sus arengas retransmitidas por radio mientras los «oídos oficiales» del régimen detenían y hacían desaparecer entre el hielo del gulag a aquellos que bajaran el volumen del transistor durante la emisión. Las palabras movilizan, alimentan y arman revoluciones.

Difícilmente siembran el inmovilismo porque con las palabras comienza todo.

Las teorías de la conspiración no surgen del aire ni se transmiten por ciencia infusa. El detenido por el tiroteo en El Paso dejó escrito que odiaba a los mexicanos y que su objetivo era matar el mayor número posible. No es que una noche tuviera un sueño y se levantara al día siguiente con la idea de matar hispanos. Es que un día tras otro, y tras otro, y tras otro, y así prácticamente a diario, escuchó mensajes y discursos de odio, racismo y xenofobia pronunciados por un presidente o engrosando espacio y tiempo en los medios de comunicación y en redes sociales.

Y las palabras, como el agua, erosionan el terreno, y si es un terreno desierto, yermo de toda vida inteligente, se forma un agujero negro que toca fondo. Y cuando esto sucede, un joven de 21 años, al que no le motiva hacer nada más de lo necesario para sobrevivir– según sus propias palabras –coge un arma, entra en un centro comercial, mata a 20 personas y hiere a 26. Sigamos sin dar importancia a las palabras, verbalizadas o escritas, continuemos jugando con ellas, con la oratoria demagógica y la retórica incendiaria, y seguiremos contando estos sucesos.