Opinión

En primera fila

Desde mucho antes de llegar a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso se habrá enfrentado a dos de los factores que van a marcar su mandato. Uno es el virulento ataque que la izquierda (lamento tener que emplear un término como este, pero no hay otro) ha desplegado en los últimos días: hay que tomar las cosas como son, se nos dice, pero no deberíamos acostumbrarnos a un grado tal de mezquindad y de bajeza. Eso no es política. Es resentimiento y propaganda de la peor especie, que va a continuar en los próximos años. El otro es la complejidad de la nueva situación, con un pacto a dos más uno que ejemplifica bien la nueva forma de hacer política que va a primar a partir de ahora.

Un tercero, con el que Díaz Ayuso ya habrá tenido que bregar en estos días y que se agudizará en cuanto empiece a diseñar su equipo de gobierno es la herencia de su propio partido, el Partido Popular. Herencia magnifica, por el impulso que las presidencias de Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre dieron a la Comunidad madrileña, habiéndola convertido en lo que tenía que ser, escaparate y motor de la España democrática y liberal, pero también con sombras que explican el estallido del centro derecha: por lo fundamental, la corrupción y la frivolidad: frivolidad ideológica, cultural, social... y personal.

La humanidad, la simpatía y la voluntad de diálogo que Díaz Ayuso ha demostrado en estas semanas no deberían llevarle a olvidar que encarna una etapa política nueva, con un grado de visibilidad inédito. El programa de gobierno es excelente, con una gran atención al crecimiento y a los problemas de desigualdad y desarraigo que una metrópoli global como Madrid plantea. Y la presencia de Cs en el Gobierno y de Vox en la Asamblea recuerdan, más allá de la política, que el marco cultural de los últimos treinta años se ha esfumado. Construir uno nuevo es la tarea de Díaz Ayuso y de su equipo, junto con todos los que la apoyan desde fuera. Para eso es imprescindible comprender las ventajas y los problemas de la globalización, así como tener claro qué es lo que Madrid significa en esta nueva etapa española, iniciada en 2012 y en la que estamos instalados, todavía sin rumbo claro, desde 2016.