Opinión

Tauromaquia: la grandeza de un espectáculo fraguado a base de innumerables golpes sectarios

Llegó el día. Quisieron boicotearlo, pero no pudieron. Era demasiada deshonra parar quienes celebraron hace justo dos años la violación de los cánones de la tauromaquia en el archipiélago balear. Palma de Mallorca volvió a acoger una corrida de toros en su modalidad tradicional hace una semana. Una nueva batalla ganada por el sector, aunque aún le quedan varias por las que luchar en esta isla, como es la de permitir la entrada a menores de 18 años al Coliseum. Incongruencia cuando la ley marca los 16 para poder hacer de luces el primer paseíllo como profesional. Un regreso que no ha estado falto de polémica. Manifestaciones hubo, e incluso algunas trabas legales quisieron imponer desde las instituciones públicas. La famosa ley de toros «a la balear» que el Parlamento autonómico se sacó de la chistera para acabar con la tauromaquia en la región terminó siendo una broma de mal gusto, porque ni era legal ni constitucional. Pero las prohibiciones no es cosa de hoy, sino que han existido y existirán mientras la tauromaquia siga alimentando almas y conquistando corazones, porque hay algunos seres que viven alimentados por el placer de coartar las libertades del resto de personas. Seres que no entienden que España es un país heterogéneo y con pluralidad de ideas, y que está regulado por una legislación que reconoce y protege el derecho a la libertad. Y, además, el derecho a disfrutar de un espectáculo que su legislación entiende como «disciplina artística y producto cultural» y como «una actividad enraizada en nuestra historia y en nuestro acervo cultural común». 

Una historia que comenzó hace varios siglos atrás. «En España había toros salvajes y personas, era cuestión de tiempo que surgiera el toreo», relata Chapu Apaolaza, periodista y actual portavoz de la Fundación Toro de Lidia, en su libro «7 de julio». La simbiosis del toro y el hombre. Según estudios históricos sobre el origen de la tauromaquia, los primeros toros alanceados en España de los que se tiene constancia tuvieron lugar allá por el siglo XII, siendo los autores del acto nobles a caballo que entrenaban para la contienda. También las partidas de Alfonso X «El Sabio» demuestran que ya en el siglo XIII se contemplaba y regulaba la tauromaquia. De aquellos años hasta hoy, esta ha evolucionado considerablemente, y gran parte de su evolución se debe a las diferentes prohibiciones, obstáculos y trabas que algunos poderes le han impuesto. Directrices que ayudaron a que el arte de lidiar toros se fuese modificando y desarrollando hasta crearse las bases de lo que hoy es lidia moderna.

Una de las grandes prohibiciones que rompió con el espectáculo de antaño e impulsó la búsqueda de un nuevo concepto en la fiesta de los toros fue la prohibición de Felipe V. Perteneciente este a la dinastía Borbón, los Borbones fueron los primeros reyes antitaurinos en España. Felipe V obligó a nobleza a terminar con aquel espectáculo y prohibió a los caballeros de la corte realizar el toreo a caballo. Fue entonces cuando el pueblo, presente en aquellos espectáculos, ocupó aquel vacío dejado por la nobleza. Los lacayos, criados y sirvientes, las clases más bajas de la sociedad que durante décadas habían desempeñado a pie las funciones más arriesgadas en aquellos festejos, tomaron el relevo y popularizaron entre la sociedad lo que hoy se conoce como el toreo a pie. La prohibición tuvo consecuencias adversas, y la popularidad de la tauromaquia se fue elevando a altos exponentes. El arte del toreo multiplicó adeptos. Sin vislumbrarse apenas señales de aquella evolución oculta, esta plebe llevaba generaciones creando las bases de la nueva tauromaquia. 

Poco a poco el pueblo tomó el relevo, fue la gente de abajo quien forjó este espectáculo que hoy algunos intentan ideologizar. Pero a pesar de ser el espectáculo de la gente, las prohibiciones siguieron años después. Carlos III intentó prohibir las corridas de toros en 1771 y Carlos IV en 1805, ambos de la dinastía Borbón. Pero los españoles obviaron estas imposiciones y por circunstancias de la historia, con guerras de por medio, como la de la Independencia (1808-1814), no lograron derogar el toreo y los decretos cayeron en el olvido.

Pero las posturas contrarias a la tauromaquia no solo partieron de los reyes en aquella época, sino que al igual que poco a poco fue ganando fieles seguidores, también los detractores fueron manifestando su rechazo. El clero fue uno de ellos, incluso desde la iglesia quisieron imponer su postura antes de la prohibición de Felipe V. Un pasaje de historia tenebroso para la tauromaquia tuvo lugar en 1567 cuando el papa Pio V promulgó la famosa bula llamada “De salutis gregis dominici”. Un documento papal que trató de alejar al pueblo de los espectáculos taurinos, amenazando con excomulgar a todo aquel que organizase o participase en estos festejos al ser considerados por el Sumo Pontífice como una actividad ajena al cristianismo, ya que se ponía en juego la vida de los participantes, algo sagrado en la religión cristiana. Se contemplaba que ya no solo estaba en juego el cuerpo de las personas sino también el alma, y por lo tanto se concebía como imperdonable el poner en riesgo la vida sin necesidad. Muy diferente al mensaje con el que hoy se quiere impregnar a la sociedad para acabar con la tauromaquia. Esta normativa, además, rechazaba en caso de fatal desenlace enterrar al torero en cementerios cristianos. En esta época, a nadie le importaba el toro. Pero al quite salió Felipe II tras la muerte de Pio V. Abrió diligencias hasta conseguir que dicha bula no surtiese sus efectos en España al circular esta tradición por la sangre de los españoles. Durante años, los diferentes sucesores fueron promulgando otras disposiciones papales que levantaban e imponían nuevas restricciones a la fiesta de los toros, pero al final, el blanco no fue erradicar la tauromaquia como tal, sino aminorar poco a poco su gran poder de convocatoria. Era tal el apoyo ciudadano al toreo, que la iglesia quiso imponer restricciones que poco tenían que ver con el espectáculo en sí. Cabe destacar, como prueba de ello, que se prohibió que los festejos taurinos se celebrasen en festivo al ser este el día del señor. Gregorio XIII fue el encargado de levantar la excomunión inmediata de los participantes en los espectáculos taurinos, dejando únicamente este dictamen para los clérigos que participasen; Sixto V volvió a poner en vigor la bula de Pio V y Clemente VIII se encargó posteriormente de absolver a todos los condenados por dichos actos. 

Las corrientes contrarias a la tauromaquia cambiaron hacia la segunda mitad del siglo XIX. El mensaje ya no se pincelaba con argumentos cristianos de si el toreo corrompía el alma o por el gusto de quien ostentaba el trono. Algunos seguirían haciendo uso de estos argumentos, pero ahora nuevas corrientes de pensamiento circulaban por la sociedad, como las teorías de Charles Darwin, sobre la evolución biológica por selección natural. Según José Aledón en su ensayo sobre los movimientos antitaurinos en España, el descubrimiento de que los animales y los humanos estamos relacionados biológicamente tuvo como consecuencia el surgimiento de las primeras sociedades protectoras de animales, generándose a partir de entonces los primeros alegatos en defensa de los derechos de los animales. Un mensaje que desde entonces ha ido calando en la sociedad y que hoy se utiliza como bandera.

Aunque durante el siglo XIX y XX no se impusieron grandes prohibiciones, el debate sobre la tauromaquia siguió latente a medida que se enraizaba más al sentir popular. La creciente afición levantaba ampollas en quienes quería acabar con la fiesta de los toros. Varias fueron las proposiciones que se debatieron, pero escasas las que salieron adelante. El revuelo contra este espectáculo se incrementaba cuando ocurrían graves cogidas o fallecimientos, como el de Espartero en 1894. Decretos, órdenes y proposiciones se fueron alternando mientras la tauromaquia comenzaba a ser estructurada y regulada mediante reglamentos propios.  

Este debate sobre “toros sí, toros no” en la sociedad ha ido creciendo a medida que los animales han ido ocupando nuevos sitios en la vida de los seres humanos. El debate sobre si es ética o no la celebración de espectáculos taurinos se avivó con la llegada de la democracia en el año 1978. Los defensores de los derechos de los animales comenzaron a tener más fuerza entre la opinión pública española. Tenían un mensaje fuerte, sólido y unido. Y lo siguen teniendo, aunque carece de validez ya que atenta contra la legislación vigente y el sentir de muchos españoles. Cataluña prendió la mecha a un intenso periodo de debates y leyes con luz verde, aunque cuesta creer el fin de proteger a los animales de muchas ellas, ya que por ejemplo a Cataluña se le vio el plumero cuando protegió casi al mismo tiempo sus “correbous”, al considerarlos parte de la historia de su región. Una ley envuelta con papel animalista y en cuyo interior se encontraba un amargo mensaje político que pretendía separar todo lo que desprendiese aromas españoles. También la Fiesta en San Sebastián cayó en las garras de la imposición política que en este caso ejerció Bildu cuando pasó por el consistorio donostiarra, ya que no permitió la celebración de espectáculos taurinos en el coso de Illumbe. Una prohibición escondida tras las palabras de querer hacer una consulta popular, un referéndum, el cual posteriormente desautorizó el Supremo. Un cambio de gobierno fue la clave para que volviesen las corridas de toros a la Semana Grande. También son muchos los ayuntamientos que mediante acuerdos en pleno declaran hoy en día su municipio como antitaurino, cuando la tauromaquia es patrimonio cultural en todo el territorio nacional, y es el Estado y los poderes públicos los encargados de garantizar su conservación y promoción.

Ahora Palma ha vuelto a celebrar festejos taurinos. Más de 12 mil personas celebraron en el Coliseum la vuelta de los toros a la isla de Mallorca. El triunfo de la libertad frente al sectarismo que quieren imponer algunos. Este no será el último palo a la tauromaquia, pero lo que sí es cierto, es que cada golpe la hace más grande. Más de ocho siglos forjándose a base de leyes y decretos. El arte del toreo ha hecho frente a las más altas esferas del clero y ha logrado imponerse a los numerosos antojos de la realeza. Ahora su debate se ha institucionalizado en la agenda política, la utilizan como arma para ganar votos, pero su fortaleza le está haciendo ganar batallas. Aunque este arte único merece mayor respeto.