Opinión

El cáliz

Ahora que ya ha empezado la Liga, me gustaría explicar a mis más queridos madridistas lo que significa ser del Barsa. Ser blaugrana conlleva vivir en el sobresalto y la incertidumbre, algo que pueden entender perfectamente los seguidores, por ejemplo, del Atlético de Madrid. La única diferencia es que en un caso el origen del sufrimiento es el presupuesto y en el otro la estética. En el caso del Barsa la agonía es la misma, pero con lencería fina por así decirlo. Griezman, Messi, Dembelé juegan de maravilla, aunque los seguidores del Barsa intuimos perfectamente, de una manera inconsciente, que no ganarán la Champions.

Porque todo el mundo sabe que no se puede ganar ese torneo si te meten tres en Roma, cinco en París y cuatro en Anfield Road. A cambio de ese coladero atrás, los del Barsa sabemos que vamos a presenciar maravillosas jugadas de malabarismo inesperado que nos harán emocionarnos y suspirar de pasión. Y la verdad es que (aunque no queramos ahondar en ese tema y nos cueste reconocerlo) creo que lo preferimos así. Preferimos eso a ganar, la cual cosa no estoy seguro yo de si indica una especial agudeza y vivacidad de la percepción intelectual para los asuntos de este mundo.

Lo que sí delata claramente es una vocación de exquisitez, más que de purismo futbolístico. Me recuerda el caso de algunos puritanos, quienes creen que se mantienen célibes por pureza cuando en realidad, desde fuera, se detecta perfectamente que es porque no encuentran un congénere que satisfaga todas sus exquisitas expectativas de apareamiento. De nuevo, que sean los sabios y los doctos quienes determinen si ese comportamiento denota una especial agudeza, porque el apareamiento es algo que siempre termina resultando zoológico, nos guste o no.

Cada cual que saque sus propias conclusiones. A mí me resulta imposible. Entiéndanme, soy del Barsa. Es como degustar una copa de ambrosía en la que sabes que al final, cuando la apures, te espera la hez y, a pesar de ello, renunciar a bebidas más estables, nutritivas y sabrosas. Es una lírica esnob que comporta inevitablemente algún masoquismo momentáneo. Claro que, bien mirado, un mal trago pasa rápido. Y entonces, vuelta a empezar.